Reunión de arciprestazgo
en la sala capitular de la catedral, llevo el coche al taller para arreglar los
amortiguadores, compro formas, hago unas fotocopias, atiendo varias llamadas
telefónicas. Comida con los curas. Ese almuerzo es el momento más divertido de
todo mi día. Qué bien me lo paso escuchando sus chascarrillos y cuánto aprendo
de su bondad y sabiduría.
La pintura que he puesto
hoy es la muerte de Luis XIV. No sé si su muerte ocurrió delante de tanta
gente. Deseo que sea una imagen del momento después de su óbito. Porque todo
ser humano merece morir en la intimidad. La muerte es un hecho para el que yo
desearía la mayor intimidad posible. En mi caso, desearía soledad, total
soledad. La idea de fallecer lentamente en una sala con mucha gente me parece
espantosa, casi repugnante. Es como si ese tránsito requiriera ser realizado
con un cierto pudor.
Sé que algunos prefieren estar acompañados. La idea de la soledad en ese momento final les resulta insoportable. En mi caso, es al revés. Siempre que estoy con fiebre, durante una gripe, prefiero que me dejen tranquilo, deseo estar a solas.
Sé que algunos prefieren estar acompañados. La idea de la soledad en ese momento final les resulta insoportable. En mi caso, es al revés. Siempre que estoy con fiebre, durante una gripe, prefiero que me dejen tranquilo, deseo estar a solas.