Hoy ha muerto Carlos Ruiz
Zafón. En la noticia, no puedo dejar de ver un recuerdo de mi propia futura
muerte. La noticia me ha impactado. Ha sido algo certero, ha hecho diana.
En parte, porque tenía mi
edad, cuatro años más. En parte, porque cuando despegó como autor era la época
en la que yo lo intentaba con todas mis fuerzas. Su nombre era el nombre de un
status deseado, su nombre era el de una cima. Sus portadas en los
escaparates...
Nunca le leí, fiel a mi
propósito de no emplear mi tiempo más que en leer lo mejor de lo mejor y solo
eso. Nunca lo leí solo porque nadie me lo recomendó, solo por eso.
Cuando lo envidiaba, no
sabía que envidiaba la caducidad. Pero, superviviente, no estoy seguro ni
libre. La noticia de hoy es un recuerdo de mi propia caducidad.
Adiós, quedan tus libros.
¿Por cuánto tiempo la llama de tus lámparas seguirá titilando? ¿Y mis lámparas?
A veces, en treinta años, la arena del desierto ya cubre nuestros libros. La arena
del olvido. El desierto es implacable. También esas arenas cubrirán cada
fotograma de Youtube.
Pensando en esa
implacabilidad, con el recuerdo de la fugacidad, os comunico que hoy he
publicado en Biblioteca Forteniana un pequeño opúsculo. Se titula Claustro
Sixtino. He recogido y mejorado mis textos sobre el edificio para el
cónclave –bien lo conocéis— así como el tipo de templo de la Pasión del Señor.
https://drive.google.com/file/d/1Fbqcmoz_NUJz-mMkYUuChOmgMDIIQSP4/view?usp=sharing
Una obra menor. Menor en
tamaño, en pretensiones, en esperanzas. Mi vida como escritor no renuncia a
estas obras menores que son el paisaje de mi pensamiento, de mis ilusiones. Todos
esos libros arquitectónicos son un paisaje de mi vida, un relato de mis viajes.
Mis cinco obras mayores
(toda una vida) son solo cinco. Sus títulos los podéis leer en otro opúsculo titulado
Cómo orientarse en la obra del padre Fortea. En medio de tanta liana y
de tanto helecho, ese opúsculo resulta no una obra de vanidad, sino de
necesidad.
A veces, me siento como
una gallina ponedora de libros. Cuántas veces he escuchado eso del escritor con
pánico ante la hoja en blanco. Como dijo un personaje de Borges: Nunca he
conocido el miedo. Me encomendaré a la intercesión de Zafón. Entre escritores...
seguro que me ayudará. Es curioso, un cónclave y la verdad: son dos cosas en
íntima relación. ¿Cómo es que soy el primero en considerar que un acto así
(junto a las arenas del olvido) merece una construcción monumental? Quizá mis
libros están llamados a eclosionar en otra época. Quizá mis libros están llamados
a dormitar, no como larvas, sino solo como huevos: vivos, pero siempre
clausurados en su membrana.
Zafón, te envidio. Su saga
tenía 15 millones de ejemplares vendidos. Pediré su intercesión. Quizá me
hubiera ido mejor hacer novenas a premios Nobel muertos que a fundadores de órdenes
religiosas. Los permios Nobel se sorprenden de que alguien se acuerde fuera del
ámbito del archivo de una biblioteca. Son muy agradecidos.
En fin, acabo con una
cita de Arthur Conan Doyle: Once you eliminate the impossible, whatever
remains, no matter how improbable, must be the truth.