No es que
haya sido algo intencional acabar en este último día del año, pero justamente
hoy acabo mi novela sobre Pablo. Solo me queda describir cómo pudo ser el
martirio del apóstol. Lo había dejado hacia el final porque no tenía ninguna
idea, no se me ocurría cómo enfocarlo.
He estado
visionando un buen número de decapitamientos en películas. Horrible modo de
pasar media hora. Analizando, fijándome en los detalles, en la composición de
la escena, en su encuadre.
María, reina
de los escoceses; Tomás Moro, el obispo Fisher, Carlos I, rey de Inglaterra;
Ana Bolena y otros más. Desde un punto de vista meramente estético, cinematográfico,
ninguna escena me ha gustado.
La escena de Elizabeth,
the Golden Age, nos la presenta en un entorno completamente irreal, el más antihistórico
de todos los que he visto. Cuando un director se permite tan mal hacer, en una
superproducción, ¿qué piensa de su público? ¿Qué concepto tiene de la gente que
ha pagado para ver su obra? (Yo no fui uno de ellos.) Si al director no le
importa su obra, entonces, apaga y vámonos.
La
decapitación en María, reina de los escoceses produce un indudable
alivio, pues los espectadores saben que la película va a acabar. En una obra
tan aburrida, eso supuso muchos suspiros de consuelo en las butacas. Aunque, en
una producción tan tediosa, siempre existía el temor de que el director continuara
su película sin la protagonista. Hasta que no aparecieron los créditos, siempre
existió ese fundado miedo.
Si, en el
futuro, el Estado Español me decapita (o hace algo parecido), cosa que no
descarto, dada la evolución jurídica de toda Europa, me permitiré dar algunos
consejos al verdugo: “Mira, solo lo digo por la estética...”.