Si no hemos
logrado una división de los tres poderes en las democracias, que es algo
fundamental, podemos estar seguros de que los servicios de inteligencia están
mucho más desatados de lo que podemos imaginar.
El que estén
desatados, lo repito, no significa que no haya hombres honestos que, a pesar de
estar desatados, impiden que las cosas se hagan mal por parte de sus jerarquías
inferiores. Pero el control de esos grupos secretos con tanto poder resulta
algo esencial.
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No voy a
decir el país ni como me enteré, pero me lo dijo uno de los interesados: en
cierta democracia europea occidental, el gobierno ordenó escuchas telefónicas a
los obispos de la nación. El asunto no saltó a la prensa, pero se hizo. Lo sé
de la mejor tinta posible.
Ah, los
servicios secretos. Qué tentación para los gobernantes. Qué tentación hasta
para los mismos integrantes del servicio de inteligencia que no sean honestos. Debería
existir una comisión de cinco o diez profesionales externos encargados solo de vigilar
sus actuaciones.
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Se dice que, en
cierto país, cuando un fiscal investigó a una presidenta, al poco, el fiscal decidió
cerrar la investigación suicidándose.