Ayer también
miré las fotos de los encuentros de Chamberlain con Mussolini. Mussolini hace
un esfuerzo titánico por no quitarse la careta que se ponía: la careta de
hombre fuerte, de hombre de hierro. Eso es lo que desea transmitir, pero no lo
consigue, porque siempre ofrece impresión de pose, de falsedad.
Esa pose de
matón dificulta ver sus sentimientos. Pero también se percibe, aunque en menos
fotos, que albergaba buenos sentimientos hacia Chamberlain. El mismo impacto
positivo que tuvo que sufrir Hitler lo sufrió Mussolini respecto al premier británico.
Esta impresión
que saco de observar las fotos, es lógica. Pues, hoy día, se sabe (véanse los
escritos del traductor de Hitler, Paul Schmidt) que Mussolini de ningún modo
quería ir a la guerra. Así que, en el Duce, la simpatía hacia Chamberlain tenía
más razones que, meramente, la buena impresión que le produjera el primer
ministro.
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El que sí que
aparece horrible en las fotos con Chamberlain es el conde Ciano, el ministro
italiano de Asuntos Exteriores. Basta verle la cara, el gesto, la pose, para
darse cuenta de que es un payaso ególatra. Eso sí, hay que reconocer que siempre
estuvo totalmente en contra de unirse a la guerra como aliado de Alemania.
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Como se ve,
estos matices, se pierden en las películas que siempre muestran un mundo simplificado.
La obra del traductor de Hitler, Paul Schmidt, es formidable y muestra todos
los matices que son muchos.
Lo mismo vale
para la Iglesia. Cuando escucho a determinadas personas, incluso cultas,
católicas, observo esa falta de conocimiento de la realidad concreta; se
alimentan de artículos, de estereotipos, de simplificaciones.
Algunos se
sienten como una mezcla de Churchill y cruzado palestinense. Yo, desde luego,
me siento atraído por la postura conciliadora de Neville.