Sermones en vídeo

lunes, marzo 15, 2021

Cuando el cardenal dio un sermón sin pretenderlo

 

Ayer me llamó un amigo sacerdote. Estuvimos hablando un rato. Me comentó un sitio donde aparecían noticias de un compañero sacerdote secularizado tras un proceso en Roma. Del proceso, no puedo hablar, pues nada sé seguro, solo los rumores.

Este sacerdote, al que estimo (y lo estimo de verdad, no son palabras) pienso que los episodios por los que pasó en los últimos años (con culpa o sin ella, que no lo sé) le han afectado, no ha podido soportar la presión. Y una de las cosas equivocadas que hizo, en esa situación de quebrantamiento interno, fue grabar la conversación que tuvo con el cardenal Omella, arzobispo de Barcelona, que fue el que le comunicó la sentencia de Roma de forzosa expulsión del ministerio.

Grabar una conversación como esa fue un grave pecado. Ahora bien, quedé admirado, más bien conmovido, de la actitud del cardenal Omella. Es imposible encontrar una actitud más paternal. Era la voz del Buen Pastor. Era la voz del apóstol Pedro, la voz del apóstol Juan, hablando a un sacerdote superado psicológicamente por la presión de los acontecimientos a los que tuvo que hacer frente.

El sacerdote, fruto de esa situación de presión psicológica, fue duro con el cardenal, le echó en carea tantas cosas; todas esas recriminaciones eran injustas. Y el cardenal solo tuvo palabras de amor, de comprensión, de cariño.

No os voy a dar el link porque se inscribe en una página que solo hace que echar una tonelada de basura sobre pastores y más pastores. Por eso el autor de ese link (que no es el sacerdote del que hablo) puso la grabación de forma pública. Gran pecado hacer tal cosa.

Ahora bien, el cardenal se ha convertido en uno de mis héroes particulares. Ya había tenido otras actuaciones que me habían parecido óptimas. Pero esta última tiene tal profundidad, tantos matices de compasión, que me quito el sombrero ante el cardenal Omella. Pocas cosas son tan tristes para un obispo como tener que comunicar algo así a un presbítero. Pero la voz del purpurado fue la de un padre que se preocupa del bien concreto de un hijo suyo, de su futuro, de que tenga esperanza el expulsado. No fue un sermón. Fueron palabras amorosas que iban a lo concreto. Y el amor concreto vale por un sermón.

Os aseguro que la voz de este arzobispo me ha dado un sermón que difícilmente olvidaré. Un sermón que vale por mil sermones.