Sermones en vídeo

lunes, abril 19, 2021

La foto es de Ryszard Kapuscinski, el autor del formidable libro "Ébano".

 

Ayer elogiaba una conferencia. Alguien como yo que, hasta la pandemia, daba conferencias de forma habitual, valoro de forma muy especial a un buen conferenciante. Es decir, del mismo modo que un orfebre puede valorar de forma muy precisa la labor de un orfebre, así un conferenciante habitual puede valorar de un modo más profundo la labor de un colega.

Contrariamente a lo que pensarán muchos, el que una conferencia académica de alto nivel sea buena no depende ni de la entonación ni de los gestos ni de nada que tenga que ver con retórica. Sin duda la política tiene que ver con la retórica; pero una conferencia académica, no.

Lo esencial, lo verdaderamente sustancial, es que el que hable sea grande en lo suyo. Si no es grande, será una conferencia de esparcimiento, de entretenimiento. Una conferencia académica de alto nivel es... otra cosa.

Si el que habla es grande en sí mismo, solo tendrá que abrir la boca para que quede claro. Es decir, un profesor que ha dedicado toda su vida al estudio del reinado de Darío solo tiene que abrir la boca. El que no es tan grande se dedica a buscar chistes para amenizar su relato y hace gestos histriónicos y tal.

Con esto no estoy diciendo que no haya que cuidar ciertos detalles. Pero una buena conferencia es uno de los grandes placeres de la vida porque nos permite ser testigos del autor vivo, improvisando, haciendo música improvisada. Un libro es un libro, una conferencia no es un libro leído. La palabra hablada (aunque siga una partitura esencial) tiene matices que no están en el libro que ese autor haya escrito o pueda escribir.

Por supuesto que hay profesores que leen aburridamente un texto. Por supuesto que hay conferencias frías, gélidas, sin vida. Sí, claro, hay conferencias “muertas” que si, encima, las da un personaje poco brillante pues... apaga y vámonos.

En general, pienso que una conferencia es algo más (no mera erudición) a partir de cierta edad. Yo diría que, a partir de los cuarenta y cinco años, un conferenciante puede comenzar a ser interesante. A los treinta años, el que cita a Shakespeare, cita a ese autor y ya está. A partir de los cuarenta y cinco años, cualquier cita de cualquier autor está teñida del propio yo. Los quesos curados requieren de un tiempo de maduración. Es leche lo que hay en un queso joven insípido y leche lo que hay en un queso rebosante de sabor y olor.

Alguien podría pensar que más interesante sería una sobremesa con ese autor y cuatro o cinco comensales más. Pero son géneros distintos: el libro, la conferencia, una cena con el autor. Yo diría que los tres géneros se complementan. Ojalá que cada lector fascinado por un autor pudiera tener los tres géneros a su disposición. Primero, leer los libros, profundizar en toda la grandeza de la creación de un autor. Después, escucharle disquisiciones sobre sus libros, sobre sus pensamientos; con las preguntas subsiguientes. Y, por último, poder cenar con él, sin muchos comensales.

Cuando se puede valorar una conferencia es cuando uno ha leído varios libros de un autor. Conociendo su obra es cuando se disfruta la conferencia. Y es, cuando uno ya ha escuchado al autor en la conferencia, cuando uno puede disfrutar de la cena con él.