Sermones en vídeo

sábado, julio 31, 2021

Adorando a Dios honrando su Palabra

 




Sabéis que hace tiempo pensé cómo podía ser la que llamé la Misa Magna. Estos días se me ocurrieron algunos pequeños detalles más que se podrían intercalar en el esquema general que ya describí y que está descrito con detalle en Ex Scriptorio. Pongo ahora las añadiduras para la Liturgia de la Palabra.

Habría una mesa amplia, cuadrada, de cuatro metros de lado. Mejor si la madera es oscura para que resalten más, sobre ella, los Escritos. Sobre la mesa no habría manteles ni ningún ornato, sería muy sencilla. 

Sobre la mesa habría un rollo, como el de los judíos en las sinagogas, pero este hecho en papel. El rollo surgiría de la progresiva unión de las páginas con los textos del Antiguo Testamento que hay en el leccionario. Al final, formaría un rollo bastante grueso.

¿Cómo encontrar la lectura de ese día para la misa en un rollo único? El modo sería que cada lectura tendría un número asignado y los números estarían en un listado de ordenador, de manera que cada día solo habría que buscar en el rollo el número que tocase para, por ejemplo, el XII domingo del tiempo ordinario. Eso sí, todos los textos formarían columnas con una cierta apariencia de continuidad.

El rollo se extendería sobre la mesa alrededor de la cual está sentado el clero y el pueblo. El lector leería la primera lectura de ese rollo. Después otro lector tomaría el libro de los salmos, en forma de códice, y leería el salmo. Un tercer lector tomaría el códice de al lado y leería la lectura del nuevo testamento. Serían libros de gran formato. Y se fomentaría que algunas personas colocase glosas en los márgenes o que realizase algunos dibujos ornamentales.

Un tercer códice, el más pequeño de los tres, de cubiertas doradas contendría los textos del Evangelio. Los tres libros y el rollo estarían, cada uno, situados en un lado de esa mesa.

Sobre la mesa podría haber varias lámparas de aceite arcaicas para recordar que Lámpara es tu Palabra para mis pasos. Solo lámparas, no velas: para así distinguir entre el altar y la Mesa de la Palabra.

Se podría derramar unas gotas de perfume en los cuatro lados de la mesa mientras la gente se sienta en sus sitios alrededor. Por ejemplo, perfume de rosa en honor de María la que mejor escuchó la Palabra. Esas gotas de perfume se derramarían en unas pequeñas vasijas que evitaran que la mesa se manchara.

Justo antes de leer el Evangelio, durante el aleluya, se podría derramar un poco de perfume de nardo (u otro) a los “pies” del Evangelio, en recuerdo del episodio de la mujer que enjugó los pies del Maestro. De nuevo, ese perfume se derramaría en una vasija para no manchar. Podría haber junto al Evangeliario dos vasijas en recuerdo de los dos pies de Jesús que fueron ungidos con aquel bálsamo de la pecadora arrepentida.

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En la Mesa de la Palabra se derramarían dos tipos de perfumes, cada uno con su propio simbolismo, para honrar el hecho de Dios que nos habla y su Presencia cuando nos ponemos a la escucha de Él. Podría haber un buen número de lámparas, de arcilla y metálicas, unas más sencillas y otras más ricas; podría haber siete o doce o algunas más.

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Sobre el altar habría seis cirios principales sobre candelabros y otras velas menores decorativas. Sobre las ofrendas se podría poner un tipo de incienso, pues los hay de diferentes tipos y aromas. Y en la consagración se podría colocar otro tipo de incienso: por ejemplo, mira para recordar la pasión de Cristo.

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Pienso que sería bonito en ese tipo de Misa Magna, cada vez, usar dos tipos de perfume y dos tipos de incienso. Las velas menores del altar serían, por ejemplo, una veintena. Unas situadas en candelabros mucho más pequeños que los seis principales. Otras sobre platos. Unas serían más gruesas, otras de grosor mediano. Unas más altas, otras menos.

Las velas mayores, las de los seis candelabros principales, estarían encendidas desde el principio. Pero las menores serían encendidas sin prisa, por dos ostiarios, mientras la liturgia se va aproximando hacia la consagración. Comenzarían a prenderlas de manera que estuvieran todas luciendo antes de que todos se pusieran de rodillas para la consagración.

Las velas menores se irían apagando en cuanto se comenzase la purificación de los vasos sagrados. Al final, de nuevo, solo quedarían las seis velas de los candelabros.