Una persona me envío el comentario a la Carta a los
Romanos de Karl Barth hace meses. Le dije que, en cuanto la leyera, le daría mi
opinión. ¡Pero no encuentro el email del que me lo envío! Por favor, si me lee
el que lo hizo que me escriba a mi email para agradecerle el libro de forma
personal.
Pero como no sé si leerá este post, voy a dar mi
opinión.
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En el larguísimo prólogo que el autor de la edición
hace acerca de la obra de Barth, entresaco estas frases. Hago notar, para el
que no lo sepa, que Barth era protestante de tradición calvinista:
El mundo es mundo y Dios es Dios.
Dios es el enteramente Otro.
La “verticalidad radical” de lo divino frente a la horizontalidad de lo
humano.
La “distancia cualitativa infinita entre tiempo y eternidad” es lo que
mejor define la relación entre Dios y el hombre.
Solo Él puede salvar, por su iniciativa libre y gratuita (en “amor y
libertad”) el abismo infranqueable que separa al hombre de Él.
Ningún puente tendido por la iniciativa humana, ni el intento de la religión (en el ámbito existencia), ni el de la teodicea (en el intelectual), puede unir las dos orillas del abismo entre Dios y el hombre. Solo Dios podrá hacerlo.
Sin embargo, el autor del prólogo también dejó constancia esta frase: Es
difícil hablar de encarnación y gracia en esta teología torturada (H.U. von
Balthasar). El único punto de contacto entre Dios y el hombre acaece, no en el
plano de la religión, sino sólo en Cristo. Sí –ahora vuelvo a hablar yo–,
es cierto, la Iglesia Católica ofrece no solo la Verdad, sino una verdad
entregada en una comunidad de gracia. Una comunidad con tantos elementos tan
humanos que hace de esa relación con la Divinidad algo agradable. Y no solo
algo humano, entrañable, sino hasta “tangible”. Dios se ha hecho hombre, y
Jesucristo se ha hecho Eucaristía.
En Barth hay pensamientos muy inteligentes, pero su teología no puedo
evitar el verla descentrada. El Magisterio de la Iglesia ayuda a los teólogos a
no perder el camino. Sin embargo, algunas partes que entresaco de la obra de
Barth que me han gustado son las siguientes:
“Nuestra relación [con Dios] es irreverente. Creemos saber lo que decimos
cuando pronunciamos la palabra «Dios». Le asignamos el puesto supremo en
nuestro mundo. Con ello, lo situamos básicamente en línea con nosotros y con
las cosas.
Pensamos que él «necesita de alguien» y creemos poder organizar nuestra relación con él como ordenamos otras relaciones".