Durante la misa de ayer me centré en la adoración; que
cada rito, que cada oración, que cada gesto fuera un modo distinto de adorar.
En la misa de hoy me he centrado en recordar el amor
que vi de un padre (amigo mío) por su hijo. Recordar ese amor como imagen del
amor de Dios por mí. También me he propuesto pronunciar todas las fórmulas con
mayor lentitud de la que en mí es habitual.
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Hoy he almorzado con un buen amigo que ha traído a su
hijo de ocho años al restaurante. Lo que me ha sorprendido es la cantidad de
pequeños detalles en que se mostraba ese amor por su hijo. Era un restaurante
del centro de Madrid. Creo que era el conde Lequio el que se ha sentado en la
mesa de al lado.
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Una de las alegrías que tengo son las llamadas que me
hace un buen amigo de Estados Unidos. Sus llamadas me llenan de alegría, conversa
acerca de temas profundos y es un gentleman de esos que les gustan los clubs y
los ambientes sofisticados. Yo disfruto mucho escuchándole hablarme de esos lugares
que si visito, será como excepción; pero que, en su caso, es algo habitual. Es un
lector impresionante: tanto por la cantidad, como por el modo tan inteligente
en que analiza cualquier obra.
Le he escuchado con gran placer sus explicaciones acerca
de la diferencia entre entender a Dios no como Ser Infinito, sino como Actus
Essendi. Tengo que pedirle que lo haga de nuevo y que me repita las
implicaciones que tiene para la teología una y otra forma de entender a Dios. Sea
dicho de paso, este laico conoce a santo Tomás de Aquino cien veces mejor que
yo.
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He cenado una pizza mediana de peperoni mientras veía,
por segunda vez, el documental de tres capítulos sobre Stalin, titulado Apocalipsis.
El mejor documental y el mejor análisis que he visto sobre ese personaje
histórico. Sin duda, lo filmaron con la idea de que se convirtiera en el
documental definitivo, al menos, durante muchos años. Todo son filmaciones de
época durante tres horas: no hay ni una sola entrevista ni una sola
reconstrucción. Ya solo por eso habría que darle una medalla al director.
El documental es muy desapasionado, pero el volumen de
datos es apabullante. Stalin no fue una persona bienintencionada que hizo
algunas cosas malas, sino que fue un demonio ya antes de llegar al Poder y
siguió siendo un verdadero y auténtico demonio sin ningún atisbo de humanidad.