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miércoles, agosto 25, 2021

La perfección de una obra

 

Una libro que, hace años, me produjo una impresión estética formidable fue el Bestiario de Aberdeen. Las representaciones de este códice del siglo XII son excepcionales. Las pinturas de estos días proceden de él. En ese libro todo tiene interés: no importa si representa un águila o un murciélago, una hormiga o un árbol rebosante de serpientes.

Lo maravilloso de una obra como esta, la primera vez que la observas, es que tienes la impresión de que cualquier cosa es posible que aparezca en la siguiente página. Después, al mirar más bestiarios, uno ve que siguen un esquema fijo según cinco obras de siglos anteriores. Además, el primer bestiario que conocí es el citado. Todos los demás tenían unas ilustraciones mucho menos interesantes.

Puedo imaginarme la satisfacción del amanuense, del ilustrador, mientras la obra iba avanzando. La satisfacción ante el libro que surgía de sus manos. Uno, después de tantos siglos, puede sentir esa emoción, ese entusiasmo creativo, el amor por el pequeño detalle.

Siempre desee haber escrito un bestiario del siglo XXI. Pero, francamente, solo tenía esa idea en la mente, nada más concreto. Y cuando me sentaba a tratar de concretar, la obra se atascaba intentando responder a cuáles serían sus líneas generales: ¿bestias simbólicas de mi cosecha? 

Borges escribió un bestiario con Bioy Casares y fue una obra totalmente fallida. Los goblins del Laberinto está mucho mejor. Magníficas pinturas de Brian Froud, y geniales textos de Terry Jones. No sé, tal vez antes de morir escriba yo algún bestiario sin pinturas.