El otro día vi una parte de El crepúsculo de los
dioses (Sunset Boulevard). Ya hablé de esa película la última vez que la vi,
pero es que no puedo dejar de sorprenderme de lo que es el cine de la más
exquisita calidad: qué grandeza, que derroche de arte en el tratamiento de los
personajes, en el modo en que avanza la narración. Aunque ahora estoy viendo (a
trozos) la película Canta (Sing) y me lo estoy pasando muy bien, me
encantan los cerditos cantando.
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Ayer un amigo mío me habló de un pasaje de Así habló
Zaratustra que me dejó sorprendido: Esto me dijo el Diablo una vez: “Dios
también tiene su infierno, es el amor que le tiene el hombre”.
Se trata de un pasaje fascinante que voy a meditar. Es
cierto, Jesucristo sufrió en la medida de su amor. Su sufrimiento, mientras
estuvo sobre la tierra, no fue infinito. Pero la medida e intensidad sí que
estuvo en relación a su amor infinito.
Y no olvidemos que, en el Credo, decimos: Descendió
a los infiernos. ¡Que haya tenido que ser Nietzsche el que me recuerde la
profundidad de ese artículo de fe!
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Ayer fui a una casa a tomar el té con una familia. Me
gusta ir a tomar el té con alguien. Aunque, realmente, el té no me dice nada. Pero
es un acto social tan agradable. La familia tenía un piso precioso, había
muchos objetos decorativos de Asia. Además, habían puesto un poco de incienso
en el salón. Momentos agradables que se perderán en el tiempo, como lágrimas
en la lluvia.
El doblaje original para Hispanoamérica de ese
monólogo tuvo que ser rehecho en el 2003, porque la traducción original que
aparecía en la película era la demostración de que hay traductores que se ponen
a inventar sin ningún pudor, sin medida, con total impunidad.
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Hoy almorzaré un huevo poché sobre un parmentier de
patata. Lo probé en un restaurante hace unas semanas. Lo intenté en mi casa y la
receta fue un éxito de público y crítica; aunque solo estaba yo a la mesa.