Lo primero de todo que quiero deciros es que os agradezco
todas las felicitaciones que me habéis mandado por mi cumpleaños. Sí, desgraciadamente,
tengo 53 años de edad, me siento muy viejo y el cuerpo se haya en un estado de
predescomposición cada vez más acentuado. Al menos, Gregorio Samsa se
transformó en cucaracha de golpe. En mi caso, La metamorfosis va avanzando
lentamente.
No os he contestado en los comentarios de felicitación
porque estaba de viaje. Ayer llegué de una peregrinación siguiendo los pasos de
san Pablo en la Anatolia en Turquía. Sí, ya sé que siempre me quejo de los
viajes. Pero no os fieis de los que despotrican siempre de algo. Podemos ser amigos
secretos de nuestros peores enemigos.
El 8 de octubre, viernes, partimos hacia Estambul. Por
fin pude pasear por la antigua Constantinopla. La capital del Imperio oriental
tantas veces leído, tantas veces imaginado. Para los que como yo hemos sido tan
amantes del Imperio romano, el Imperio bizantino siempre ha sido un capítulo
algo desconocido, turbio y envuelto en nieblas. Las nieblas de nuestra
ignorancia.
Desde la educación secundaria, leímos, tradujimos,
valoramos estatuas, examinamos cuidadosamente los dibujos de los edificios, los
detalles de los mosaicos, pero siempre era de la época aurea de Roma. Ah,
aquellos libros mil veces hojeados y estudiados. Yo no subrayaba. Ese respeto
tan grande al libro. Había que transmitirlo intacto. Jamás doblé una esquina
para saber dónde me había quedado. Ahora, sin el menor cargo de conciencia, van
al contenedor azul para que sean reciclados.
Bueno, seguiré mañana contando el viaje.