Nadie duda de que la guerra con la Alemania hitleriana
fue una guerra justa. Pero siempre queda la duda de qué hubiera sucedido si,
tras la invasión de Polonia, los aliados no le hubieran declarado la guerra a
Alemania.
Es seguro que Hitler hubiera acabado invadiendo Rusia
porque ese era su propósito desde Mein Kampf. Pero no está claro que ni
él ni sus generales se hubieran animado a ir hacia el oeste. En sus fantasías
delirantes, Hitler consideraba que el destino del pueblo germano estaba en el
este.
¿Alemania hubiera seguido progresando económicamente en
los años siguientes con lo que cada vez hubiera sido más fuerte? ¿O el equilibrio
de fuerzas entre el este y el oeste se hubiera mantenido? Si se mantenía ese
equilibrio, se podía esperar que con el paso de los años el régimen nazi
hubiera podido caer en una desintegración interna como otras dictaduras.
¿Era mejor conceder Polonia a las garras de Hitler y
dejar que el régimen siguiera su evolución hasta que se derrumbara por sí
mismo? Me estremezco al imaginar lo que hubiera sido un dominio de diez, quince o veinte años en Polonia y otras tierras. Eso sí, doy por supuesto que el régimen nazi era tan desquiciadamente alejado
de la realidad que se encaminaba a la propia destrucción sin ayuda de nadie externo.
Todas estas cosas son cuestiones morales. Cuestiones morales
que, en este caso, deben ser decididas por los príncipes de los
pueblos, como diría santo Tomás. Son cuestiones morales sobre
las que pueden
dar luz los expertos en moral, los pastores. Pero, en este
caso concreto, como en otros, la decisión final es de los gobernantes de las naciones, no de los pastores
de almas. Y digo que la decisión final es de ellos porque se trata de
cuestiones no cerradas, en las que cabe la licitud de decidir entre varias opciones las cuales caen dentro de lo
moralmente aceptable. En este caso expuesto, tanto la acción como la omisión
eran razonables.