Un muy buen amigo mío me escribía ayer que no perdiera
tiempo en cuestiones constitucionales. Zapatero a tus zapatos, Fortea a tus
demonios. Desgraciadamente, ahora mismo, no tengo nada más que escribir
sobre el tema de mi especialidad. Ya me gustaría tener siempre más y más que
escribir sobre las regiones infernales, pero lo cierto es que no. Ahora mismo
no tengo nada nuevo que aportar a lo ya escrito. Espero con esperanza, ya que,
en el pasado, me sucedió lo mismo y con el tiempo nuevas ideas aparecieron: ideas,
enfoques, aproximaciones que suponían una aportación. Si eso no existe, no
tiene sentido repetir. Y mucho menos en mi colección de escritos sobre el tema
que se ha conformado como una obra unitaria.
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Así que no, no es una pérdida de tiempo escribir sobre
otras cosas. Casi diría que se trata de una distracción necesaria. Necesito pensar
sobre otros temas. Y el tema de cuál puede ser mi granito de arena para
reformar la democracia supone para mí una especie de necesidad vital.
Las buenas democracias de hoy en día funcionan, pero podrían
funcionar mejor. Para nada participo en esa impresión generalizada de que
nuestras democracias son falsas. A lo que tenemos hoy se ha llegado tras un
larguísimo proceso. Proceso para el que han sido necesarios esfuerzos, idealismo
y heroismo.
No pocos católicos muy practicantes se sienten frustrados
con el camino que ha tomado su nación y concluyen que su democracia “no vale”.
Más veces lo he dicho que si yo me encontrara con el
presidente de España o el de México u otros lugares sería exquisitamente
educado y cortés.
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Incluso si yo me encontrara con un dictador, no
tendría que preocuparse porque yo tuviera con él algún tipo de desprecio. Las dictaduras
no se solucionan con descortesías y mala educación. Cuando, en una visita o en
el Vaticano, el papa saluda a un dictador, no veo nada reprobable en ello.
Si un capo de la mafia me invitara a cenar a su casa,
por supuesto que aceptaría. Aceptaría con mayor interés que si me invitara un
matrimonio muy religioso de mi parroquia.
Si en una dictadura me invitara a cenar a su casa
alguien que sé que es un torturador, un interrogador del régimen, por supuesto
que aceptaría y sería cortés y educado con él. Es precisamente a este tipo de
personas a las que hay que hablar. Y si el medio para hacerlo es una cena o
pasar una tarde con él, pues muy bien.
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He subido un nuevo sermón al Canal del padre Fortea.
Perdonad que os tuve a secas durante demasiado tiempo.