Hay un tema que ha suscitado
tantísimas polémicas que voy a dar mi opinión: las partículas eucarísticas.
1. El sacerdote
debe preocuparse de purificar con toda reverencia las
partículas visibles, dejando a los ángeles que recojan las demasiado
minúsculas
2. Al final de
la misa, voy a la credencia y tras colocar el velo sobre el cáliz y la patena, justo
al lado de estos tengo un cuenco de agua en el que me
lavo las yemas de los dedos. De ningún modo esto es obligatorio, pero es
cierto que hay tipos de pan que desprenden muchas partículas y quedan adheridas
a los dedos. Esta operación conlleva apenas unos segundos. Como uno está de
espaldas a los fieles, estos solo se dan cuenta cuando seco mis dedos. El agua se
derrama en las macetas de la iglesia.
3. Aunque el
fiel comulgue en la boca y se coloque la bandeja sobre la boca, costumbre
aconsejable a más no poder, no hay que olvidar que el acólito al moverse al
altar provoca una corriente de aire suficiente para que algunas de las
partículas más diminutas vuelen fuera de la superficie
de la bandeja. Este hecho inevitable debe recordarnos lo que he dicho al
principio: la preocupación por las partículas debe mantenerse en lo razonable. Ir
más allá haría de la misa una operación llena de miles de prescripciones que
para nada aumentarían nuestra devoción por este Misterio Sagrado, sino todo lo
contrario.
4. El que
comulgue en la mano debe recoger de su palma cualquier partícula visible y
llevarla a la boca. Sería contrario a la devoción una
inspección pormenorizada, exhaustiva, en busca de trozos excesivamente
diminutos. Recuérdese lo que he dicho respecto a la bandeja de la comunión.
¿Pensamos que los doce Apóstoles, en la Última Cena, estuvieron un rato examinando
sus manos a la búsqueda de un poco de polvo de pan? Evidentemente, no. Y Jesús
estaba delante. Pero, sin duda, hubieran recogido cualquier trozo visible que
hubiera quedado en sus palmas.
5. Tras la
consagración del pan, hago genuflexión con los dedos índice
y pulgar unidos, los de ambas manos. No es algo totalmente inusual que
algún trocito quede adherido a las yemas de los dedos. Cuando me levanto de mi
genuflexión, antes de tomar el cáliz, limpio de forma somera y rápida esas
yemas de los dedos. Así no tengo que estar con esos dedos unidos durante el
resto del canon. Me parece más estético tener las palmas de las manos abiertas.
Respeto a los sacerdotes que mantienen esos dedos unidos todo el canon, pero las
palmas forman una figura menos estética que con las palmas abiertas.
6. Cuando tras
la purificación del cáliz y la patena, el sacerdote se frota los dedos con el
purificador, no olvidemos que, sin ninguna duda, va a quedar
algo de polvo del Pan Eucarístico. Debe purificarse, pero algo quedará
se frote como se frote esos dedos. Así que, de nuevo, conviene no olvidar que el
cuidado respecto a los fragmentos se ha de hacer respecto a lo razonable. Ir más
allá sería convertir al altar en un quirófano, lo cual iría contra el sentido
espiritual de la ceremonia. Antes he dicho que yo me lavo las yemas de los
dedos en un cuenco, ¿pero significa que no queda nada nada de ese polvo? La
respuesta es no. Minúsculas partículas siempre van a quedar adheridas a la
grasa natural entre las huellas dactilares, salvo que uno se lave y restriegue
con jabón como se hace antes de entrar en un quirófano. Una vez más esta
imposibilidad nos recuerda que el cuidado y respeto debe mantenerse en lo
razonable, de lo contrario la misa se transformaría en otra cosa, pero ya no se
manifestaría lo espiritual.
7. Sin ninguna
duda el velo del cáliz, la bandeja en la que se lleva, la misma casulla, todo acaba impregnado de ese polvo. Aplíquese
el mismo criterio de lo razonable. Bien es cierto que la primera agua con que
se lavan estos elementos yo aconsejo echarla en tierra que no se pise o en
macetas. Será difícil que una casulla usada durante meses no haya entrado en
contacto con partículas.
8. Antes de
echar las formas en el copón o en la patena, hay que cribarlas
si se ve que es necesario. No con todas es preciso. Esta operación se hace con
las manos. No hace falta decir que el que toque esas formas (laico o sacerdote),
las cribe o no, justamente antes de manejarlas debe lavarse las manos.
9. En el momento
de dar la comunión, y aunque se hayan cribado las formas, alguna vez se puede
observar que una pequeñísima partícula se desprende de la forma. En ocasiones
es tan ínfima que cae haciendo espirales en el aire. Haga lo que haga no la va
a atrapar en el aire. Y resulta inútil que el sacerdote se arrodille en busca
de algo tan pequeño: resultará indistinguible del polvo.
¿Va a limpiar con el purificador un metro cuadrado? Por supuesto que no. Déjela
en manos de los ángeles. Lo otro sería un espectáculo inapropiado.
10.
Si cae una forma en el suelo, el misal determina que
se limpie el suelo con el purificador. Si uno hace tal cosa, el purificador va
a quedar extremadamente sucio. Los purificadores no están pensados para limpiar
los suelos. Resulta más adecuado, hoy día, tener a mano en la credencia,
preparado para esas incidencias, un pañuelo de papel.
Ese papel después puede enterrarse en lugar que no se pise o en una maceta. El ritual
dice que se use el purificador, pero el legislador, sin duda, aceptaría esta opción
como perfectamente digna.
11.
Si cae un poco del Sanguis, el ritual determina que debe
usarse el purificador con un poco de agua para lavar el lugar. Tanto en el caso
de que sea una forma consagrada como el Sanguis, en ambos casos, se puede impregnar con un poco de agua el pañuelo de papel para
que cumpla mejor su función.
12.
Si cae una forma al suelo no es obligatorio ni que el
fiel ni que el sacerdote la tome. Si lo desean, pueden hacerlo, pero no es
obligatorio. Si no quieren hacerlo, el sacerdote puede dejar la forma sobre un
purificador en la credencia y después colocarla en un frasco
con agua y dejarlo en un armario de la sacristía durante varios días. (En
mi sacristía tengo un frasco con una etiqueta para estos casos.) La forma no se
disolverá del todo, pero pasados unos días puede echarse el contenido en alguna
maceta de la iglesia. Aclarando con agua un par de veces el frasco (echándola
en esa maceta) para así limpiarlo de cualquier resto. Bien aclarado, no hace
falta purificar el interior del frasco con un purificador. Se puede dejar secar
abierto. Aconsejo hacer un pequeño hoyito, y después volver a cerrarlo.