He visto la foto del cuerpo presente
del cardenal Amigo. Me ha impresionado la faz exánime del purpurado. Él que
siempre tuvo tan buen color. Él que fue un ejemplo de elegancia.
Qué diferente es hablar de Dios,
pensar acerca de Él, hacer teología, frente a entrar en el Misterio. Si por la
gracia de Dios nos salvamos, la sorpresa que nos llevaremos al penetrar en la
Presencia. Una cosa son los conceptos, los artículos de fe, la teología, la
filosofía, y otra muy distinta la realidad de la Santísima Trinidad.
Cardenales, monjes, budistas, santos
y pecadores, todos serán sorprendidos. Será un choque. El impacto de la
realidad. Todo quedará claro entonces, todo quedará respondido. La respuesta
será lo que veremos.
Es interesante que soy un yo, y Dios
es otro yo, aunque en su caso hablemos de un “Yo”. Pero la mayúscula no nos
debe despistar, está totalmente justificada; pero, al fin y al cabo, es un “yo”.
Él y mi persona somos dos yoes. Por muy
poca cosa que sea mi persona, por poquísima cosa que sea, soy un yo. Por grandioso
que sea el Ser Infinito, es un yo. Toda mi poquedad y miseria no me quita el
que ahora mi persona sea un yo. Toda su grandeza puede ser infinita, pero es un
yo. Lo repito: somos dos yoes.
Esto no peca de falta de respeto,
porque es Dios mismo el primero en tomárselo en serio. Si alguien se toma en
serio el “yo” que no es Él, es precisamente Dios. El Yo que es el Altísimo
jamás anula al yo de la criatura.
Impresionante, con todo lo grande
(ontológicamente) que es Él, es un Yo. Y con todo lo pequeño que soy, soy un
yo, auténtica y verdaderamente. Y Dios nos asegura en su Palabra que mi yo
seguirá existiendo siglo tras siglo, para siempre. El Yo divino no suprimirá mi
existencia siendo yo.