Sermones en vídeo

jueves, junio 30, 2022

Qué bonitas quedan las batallas en los cuadros apaisados que cubren una pared

 

Llevar casi diez años visitando enfermos en todas las plantas de un hospital hace que cambien la forma de ver dos cosas.

La primera las películas. En la pantalla los protagonistas se pelean, se dan puñetazos, luchan y después sacuden el polvo y vuelta a la normalidad. Como mucho el maquillador dibuja una cicatriz o una magulladura. En la vida real eso no es así. Basta pasarse por urgencias, en la zona de traumatología, para darse cuenta de que cualquier caída desde cuatro metros de altura, cualquier agresión violenta, con frecuencia, provoca daños que requerirá de bastante tiempo para soldarse y cuyas secuelas no son baladíes. Un puñetazo en el abdomen puede partir el hígado. Un puñetazo en la cabeza puede dejar permanentemente sin escucha a un oído, hacer perder la visión de un ojo. Pero en el cine al protagonista le parten sillas en la cabeza, sale despedido en el aire por una explosión, y se recupera dando a entender que (como mucho) solo requiere de un poco de descanso en la cama esa noche o un par de días. Un solo paseo por traumatología, escuchando que les trae por ahí, basta para comprobar que los huesos tienen la dureza de la madera, eso es todo.

La otra cosa que cambia la mentalidad de los sanitarios es que cuando hablamos de guerras, como la de Ucrania, no podemos dejar de pensar en la factura de pacientes que esos bombardeos y disparos provocan. Resulta facilísimo imaginar las urgencias de un hospital donde llegan los huesos rotos por derrumbes de edificios, las quemaduras por las bombas, las penetraciones de la metralla.

Los niños pequeños que van a un lugar a celebrar un cumpleaños piden platos sin pensar en la factura. El padre sí que cuantifica todo de forma realista. Los gobernantes amenazan con la guerra, pero después ellos no van a estar allí viendo cómo evoluciona un vientre suturado que se ha infectado, o una mujer anciana a la que se le partieron tres costillas.

Para un médico, para una enfermera, para una auxiliar la guerra pasa a tener una dimensión muy distinta de la de los grandes óleos de batallas heroicas. Detrás del lienzo épico —las batallas quedan geniales sobre un cuadro grande— hay otras escenas que no aparecen. Hay otra batalla que la libran las enfermeras que limpian una gran cicatriz que supura dos semanas después de la operación quirúrgica, o que la libra el que tiene la cabeza inmovilizada en un gran armatoste que fija de forma absoluta el cuello hasta que suelden los huesos.

La guerra es lo más asqueroso que pueden hacer los seres humanos. Ay del gobernante que fríamente decide provocar esa cosecha de dolor, enfermedad y muerte. Reconozco que cada vez que veo a Putin siento asco: asco por la repugnancia de sus actos. No siento nada de odio, ni lo más mínimo, solo asco.

Y desprecio por todos los monitos que se mueven con miedo a su alrededor diciendo a todo que sí. Labrov, su ministro de exteriores, me provoca un especial desprecio. El mismo que me provocaría un lugarteniente de un mafioso.