He sentido orgullo, como europeo, por la buena armonía entre los jefes de Estado de la OTAN. La OTAN, la liga de naciones que defiende nuestras democracias. Un ejército que forma una unidad de defensa (no de ataque) a partir de varias naciones libres.
En el caso
de Ucrania, Europa ha dado un verdadero ejemplo de dignidad del que me siento
muy orgulloso. Suecia y Finlandia serán admitidas porque se les considera naciones-hermanas.
Lo piden porque se sienten parte de una comunidad, y serán admitidas porque las
consideramos parte de algo más grande que una nación: una familia de naciones. Y
el resto les han considerado partes de la familia.
En este proceso de
adhesión no han primado las razones utilitarias --la OTAN, desde luego, no
quiere verse envuelta en ningún conflicto--, sino por esa sensación de
hermandad ante el peligro de una agresión por parte de un régimen militarista
dictatorial.
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Cada vez que se habla de lo poco que de su presupuesto que dedica Europa a defensa, siempre pienso que eso es un timbre de gloria. Las democracias nunca son militaristas, las democracias solo quieren que haya paz. Ironías de la historia, la impresionante tenacidad ucraniana, ha demostrado que si se usan armas convencionales, la OTAN arrasaría a las fuerzas rusas de un modo que jamás habíamos pensado que podría ser tan desproporcionado.
Y eso sin contar con que, probablemente, los pobres
soldados rusos, súbditos a la fuerza de un tirano, hermanos nuestros, sin
ninguna duda, desertarían antes que morir por un casi septuagenario amargado
que posiblemente tiene cáncer. La mayoría de los rusos jóvenes que tenían
acceso a webs internacionales de ningún modo desean morir por un viejo egoísta,
cuyos pensamientos parecen los de un reloj de cuco: Vladimiro Pecho
Descubierto.