Hoy, los sacerdotes de la
diócesis, hemos tenido una mañana de retiro espiritual en el edificio del obispado
de Alcalá. Cuánto me edifica ver a todos los sacerdotes reunidos ante el altar
con la custodia. Es como si Jesús se reuniera con todos sus apóstoles
(enviados) actuales en estas ciudades y pueblos de esta parte de la nación.
Nos ha predicado don
Arturo. Lo ha hecho sobre el amor de Dios. Lógico, le pega totalmente. Si
alguien es perfecto para hablar de ese tema, es él. Además, es e
l único cura
que estoy seguro de que nació sin pecado original. No hay un gramo de malicia
en ese cuerpo.
A mí, sin embargo, me
pega más hablar del fuego del infierno, e incluso de su azufre.
Las galletas que han
puesto abajo para un piscolabis han sido buenas. Por una vez no tengo que
quejarme de la calidad. Aunque todos los sacerdotes solo han tomado café, pero
el detalle del obispado se ha tenido en cuenta.
Eso sí, el que se ha
encargado de la calefacción casi ha sofocado de calor a los más ancianos. La temperatura
que hemos soportado al entrar ha sido un acto de crueldad del que no había
ninguna necesidad alguna. Yo lo he tomado como el primer acto de penitencia del
adviento.
Otro aspecto positivo es
que, vistos de espaldas, todos los curas vestían de negro. De frente eran una
minoría los que todavía se resisten a las excelencias del clergyman. Y sotanas
he visto más que nunca.
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Bueno, mañana tocaré el tema
que me ha pedido un comentarista: las razones a favor de celebrar la misa de
cara al pueblo. A mí me parece que lo mejor es que coexistan ambas maneras: cara
al pueblo y de espaldas al pueblo. Pero por parte de algunos se ha insistido
tanto a favor de los argumentos de celebrar de espaldas (y han sido argumentos
válidos), que me parece justo valorar las razones que avalan la celebración cara
al pueblo.