Voy a continuar aquello de lo que hablé en el final
del post de ayer. Post motivado por un comentarista que me escribió:
Padre Fortea. Ojalá
pudiera, y le agradezco de antemano pudiera por favor escribir otro post al
simbolismo del altar versus populum.
La misa es sacrificio,
pero también es banquete pascual.
La misa puede ser
entendida como la cena de sabbat de una
familia (en este caso espiritual) en torno a una mesa.
El altar como la mesa de la
Última Cena. Jesús celebró los ritos con los
apóstoles en torno a la mesa, no detrás de Él.
La misa al principio, durante siglos, se celebró de cara al pueblo. Eso
está refrendado por multitud de pruebas.
Poder ver el rostro del
sacerdote es poder no solo escuchar sus oraciones, sino también ver el rostro del buen pastor.
El rostro de un virtuoso sacerdote
se convierte en un icono de santidad. Cierto
que se le puede mirar fuera de la misa, pero observarlo en el momento de la
adoración es poder hacerlo en el momento más sagrado: cuando ora al Padre,
cuando comulga, cuando toca el Misterio Eucarístico.
Yo creo que lo mejor es que
coexistan las dos formas: hacia el pueblo y de espaldas al pueblo. Cada una
tiene su propio simbolismo, las dos son formas buenas. Y es natural que a uno
le guste más de una manera y a otra persona le guste más de otra. Pero la
celebración cara al pueblo es un modo completamente legítimo y avalado por la
tradición, y sobre todo por los orígenes.