Al papa Juan Pablo II le
encantaba hacer ejercicio. Sin embargo, murió a los 84 años. Al papa Francisco
se le nota que lo de hacer deporte no es lo suyo. Y, sin embargo, hoy ha cumplido
86 años. Y con la dieta estoy convencido de que el papa polaco era riguroso y papa
argentino es como yo, que no sabe decir no a un ofrecimiento gastronómico hecho
con cariño.
La conclusión que saco es
que hay que cuidar la salud. Pero que no por volverse estrictísimo en todo, sin
dejar pasar ni una, uno va a vivir muchos más años.
Juan XXIII, otro nulo
deportista, llegó a los ochenta y un años de edad. Y tenía toda la pinta de que
le gustaba la pasta. Mientras que Pablo VI que tenía la pinta de solo alimentarse
se sopa de sobre no solo vivió más, sino un año menos.
El que parece tener una
genética fantástica es el papa Benedicto, 95 años. Aunque pasados los 90 años,
lo más usual es que la vida sea un apacible dormitar.
A mí me gustaría tener
noventa años y recibir en mi mecedora a los que vengan a visitarme, a charlar
un poco, a preguntarme cosas. Me imagino que con una manta sobre mis piernas, acariciando
un gato en mi regazo, con una taza de té en la mesilla de al lado, mientras me
preguntan:
—¿Y ahora qué está
escribiendo?
—Ay, mi cabeza ya no está
tan lista como antes. Me cuesta mucho. Pierdo el hilo. Tengo que releer para
saber de qué estoy escribiendo. No, ya no estoy como antes.
—Tome.
—¿Pero qué es esto?
—Un libro. El nuevo que
ha salido del cardenal Popovsky.
—Gracias, gracias –mientras
pienso: “Menudo rollo”.
—Yo también le he traído
algo
—¿Y que es?
—Nada, un detalle. Unos bombones.
—Pero si no puedo
comerlos –hago esta afirmación mientras pienso, trataré de comerlos todos en no
menos de tres días.
.....................
--Ahora en serio: ¿qué está escribiendo?
--Estoy con la vigesimo tercera parte de "Las leyes del infierno".