—Herr Hitler, ¿puedo
darle mi opinión sobre su maqueta y su proyecto arquitectónico?
—Sí, sí, claro, padre
Fortea.
—¿Pero puedo darle mi
sincera opinión?
—Por supuesto, eso es lo
que quiero —en ese momento Adolf entrecierra los ojos, mirándome fijamente.
—Es que a lo mejor no le
gusta mi crítica.
—Tonterías, hable con
franqueza —dice eso mientras pulsa un botón debajo de la mesa.