Prigozhin el jefe del
Grupo Wagner tenía la maldad escrita en su rostro, parecía un personaje sacado
de una horda de orcos. Su rostro me transmitía una larga historia de tremendas
decisiones, casi infernales. Sus andanzas en África llevan ya muchos años en
marcha. Y él es el responsable moral final de todas las acciones de la más
impresionante empresa de mercenarios del mundo.
El mal moral no es fácil
de contener cuando se convierte en un huracán de odio y crueldad. Putin sabía
que ese hombre cruel era una fuerza difícil de manejar. Las posibilidades de
que todos los mercenarios de ese grupo sean aniquilados en el día de hoy son
muy altas. No es fácil que esta insurrección se extienda: no solo por su
pequeño tamaño, sino por el odio entre este caudillo y los generales rusos.
Ahora bien, se abre una ventana
de posibilidad de que las cosas se compliquen, de que alguna facción del Estado
Mayor aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid se suban a cualquier
carro con tal de que el hombre que cabalgaba con el torso desnudo sea jubilado,
jubilado al estilo ruso.
Bastaría que uno o dos
generales del Estado Mayor tomaran una decisión inequívoca a favor de la rebelión
para que sus colegas discutieran el asunto. El mero hecho de discutirlo ya
sería un riesgo impresionante para la continuidad de Putin.
Cuando Vladimir Vladímirovich
decidió salir de casa para hacer de matón en el barrio vecino ucraniano, jamás
pensó en el callejón sin salida en el que se estaba metiendo. Un callejón oscuro
en el que se puede resbalar en la bañera cualquier noche. Debe ser incómodo
cada vez que uno toma una tostada en el desayuno tratar de no pensar en que la
mermelada sabe un poco rara.
Si Putin hubiera
conquistado en dos días Ucrania e instaurado un dictador vasallo, la represión
hubiera sido épica. Un infierno de calabozos en las comisarías, campos de detenciones
masivas y un largo etcétera de tortura y sufrimiento. Tenía que haber
conquistado ese país. Pero Dios dijo: “¡No!”.
Lo hemos visto todos, ha
ocurrido a plena luz del día. Dios dijo “no” y ni la segunda potencia militar
del mundo pudo hacer nada frente a una decisión divina.
Putin ha tenido tiempo para
reflexionar. Ahora o más tarde, su tiempo de vida se acaba. Si no es en la
conspiración nº 15, será en la nº 36. Es lo que tiene lograr el poder por la
fuerza, que te sacan por la fuerza. Y Putin es el primero en saberlo. Su cabeza
está recorrida por infinidad de fantasmas reales e imaginarios. Desde hace
años, basta escucharlo, ver su rostro, para darse cuenta de que es un hombre
sin paz.