Hoy mi corrector
argentino, mi inestimable amigo —debería llamarlo—,
ha comenzado a leer el Libro X de la decalogía que tengo sobre el apocalipsis. Las horas que ha dedicado, por puro amor a Dios, a revisar mis desmanes gramaticales solo yo me las puedo imaginar cabalmente.
Esas diez novelas las
considero propias de una fase inicial de mi proceso de formación como escritor,
previas a la fase de madurez. Aun así, sí que es cierto que leer las diez obras
supone una inmersión en una época que es toda una experiencia literaria. Se trata
de un recorrido de 1464 páginas.
Solo me consta de mi
corrector que haya leído las diez obras. Él sé que va a alcanzar la cúspide de esa
montaña porque está inmerso en el décimo libro que concluye la colección. Pero me
siento más que feliz con los que han leído cuatro o seis obras, eso ya es mucho.
Es una historia formada por
un tapiz de historias, un tapiz en el que los hilos se entrelazan. En mi mente
quedan grabados momentos como la gran profanación del Vaticano por parte del
Anticristo, la ilusión por crear una teocracia en aguas internacionales del
Pacífico, la batalla por la toma de Jerusalén, las luchas políticas por
conquistar la Casa Blanca antes del advenimiento del presidente con poderes
especiales, y tantos y tantos momentos.
Sea dicho de paso, al presidente de Europa en mi Cyclus Apocalypticus me lo imagino como al presidente Snow de la foto.