Por supuesto que se puede
hacer una lectura moral, solo moral, de los resultados de ayer. El resultado es
uno: el hundimiento espiritual del pueblo español ha mostrado, ayer, su voluntad
de votar “progresismo” a costa de lo que sea.
Se vota a lo que tenga la
etiqueta de progresismo, aunque eso pueda suponer la fracturación del país,
aunque suponga que cada años todos los españoles paguemos dinero a los vascos y
catalanes, aunque suponga pactar con un partido que no condena con sinceridad
el terrorismo.
Esto son hechos objetivos
y cada uno de ellos tiene un juicio moral. La suma de estas y más decisiones es
Sánchez, y el pueblo español le ha dado el poder. Es cierto que casi la mitad
de los votantes piensan como yo, que esto es inmoral, pero lo decisivo es que
la balanza se ha inclinado hacia un lado incluso en una situación en que los
hechos no dejaban espacio alguno a equivocarse acerca de si un candidato era
moralmente aceptable o no.
Si el proceso de
deterioro espiritual de un país ha llegado a este punto, podemos estar seguros
de que la parte más sana ira, poco a poco, contaminándose de esta voluntad de
votar al progresismo haga lo que haga.
En este “haga lo que haga”,
está, incluso, no lo olvidemos, la propuesta de Yolanda Díaz de que los
periodistas sean controlados por un organismo estatal. Y Sánchez ha pactado con
alguien que piensa así. No tengo la menor duda de que podemos esperar un
recorte de libertades en los próximos diez años.
El que en las próximas
elecciones el progresismo pudiera perder las elecciones resulta poco
relevantes. El que se produzca una cierta alternancia en el poder no cambia el
hecho de que es la población la que ya se ha deteriorado en su espíritu de
forma generalizada.
Alguien después de leer
este post, se preguntará con retintín:
—Qué barbaridad.
Entonces, ¿votar a determinados partidos es signo de deterioro espiritual?
—Por supuesto que sí.