Os puedo asegurar que le
he dado cientos de vueltas al tema de la conveniencia de un indulto o de una
amnistía en una democracia con división de poderes. He considerado el tema en
abstracto, totalmente desligado de la cuestión nacionalista catalana. Y por más
que he valorado todas las posibilidades, todos los argumentos, nunca se dará
una verdadera conveniencia para solicitar la anulación de una sentencia por la
pura voluntad de alguien.
Lo repito, ese tipo de
anulaciones son siempre un perjuicio, un mal, un desorden. No así en una
dictadura. En una tiranía un indulto o una amnistía es un bien si el mal es la
ley. Pero, en un sistema racional y justo, jamás de los jamases lo es. El juez,
¡el juez!, es el encargado de valorar las circunstancias, las eximentes, los
atenuantes.
Me admira como las
democracias del siglo XXI pueden admitir este tipo de atavismos que tienen que
ver más con el Rey Sol que con Montesquieu, Alexander Hamilton o Thomas
Jefferson.
Me admira ver cómo
nuestra generación puede realizar maravillosos circuitos integrados, mientras
no puede desligarse de las graves chapuzas que radican en el corazón del
mecanismo constitucional de todos los países.