Sermones en vídeo

martes, diciembre 11, 2018

¿Sembrar la secesión es un asunto moralmente indiferente?



Después de cenar escribiré unas líneas sobre asuntos personales, para que no hable yo siempre de este asunto de Cataluña. Pero esto se ha convertido en una conversación que me parece muy interesante, una civilizada conversación. Lucía escribía:

La legalidad de hoy puede ser muy diferente a la de mañana. Las leyes cambian como cambia la sociedad.

No, Lucía, la soberanía siempre ha sido lo mismo. Tanto en la época de los estados-clientes del Imperio Romano, como en la época de Carlomagno. La soberanía es una realidad jurídica que será igual ahora que en el siglo XXIII.

¿Por qué? Porque si esto fuera el poblado Pitufo, nos reunimos en la plaza y nos ponemos de acuerdo, pero en cualquier grupo de millones de habitantes siempre, absolutamente siempre, tiene que quedar claro quién es el que tiene el Poder en último término. Hay cosas en una nación más indefinidas, pero esa NUNCA puede quedar indefinida. Cuando ha sido así, el resultado siempre ha sido muy malo.

Una cosa es que el Poder organice una consulta como en Canadá o en el Reino Unido, y organizara la división de una parte de la soberanía. Y otra muy distinta es el desconocimiento de la Ley por parte de las instancias de Poder inferiores: el resultado, en estos casos, siempre ha sido el mismo y muy malo.

La división desde el Poder, aunque sea un mal, se realiza de forma organizada. La división a la fuerza acaba provocando guerra callejera o terrorismo.

Lucía decías que mala es la situación para el 50% de catalanes que sienten españoles y mala la situación para el 50% que no se sienten españoles. El problema es que no hay término medio. Es el típico caso en que, una vez dada toda la autonomía posible, solo queda la ruptura o la unión. Y dado que no hay una tierra de en medio, dado que hay que dejar claro qué norma jurídica es la que rige mientras se produce el debate, la única posición de la Razón es la legalidad del Estado de Derecho.

Yo no me meto en banderías humanas, no me meto en cuestiones opinables que corresponden a la política. Yo intervengo en la cuestión moral y la solución es la misma aquí, en Estados Unidos, en Italia y en Alemania, ahora y dentro de cien años. Las pautas morales que he ofrecido intentan ser objetivas. La moral obliga, sea uno del partido que sea.

Podemos discutir si queremos que haya o no monarquía, podemos discutir si dividimos en otras dos cámaras el senado, podemos discutir muchas cosas, pero si, por ejemplo, la Ley apenas castigara el hecho de que un extraño pudiese entrar en nuestra casa, eso trae gravísimas consecuencias. No se puede mitigar el concepto de allanamiento de morada sin que eso no acabe muy mal.

Si alguien quiere entrar en mi casa, yo puedo repelerlo con la fuerza. Y eso no es un delito. Nadie puede apelar a términos medios: es mi casa o no lo es.

lunes, diciembre 10, 2018

No existe un magisterio específico sobre el nacionalismo




















Tenía clarísimo que hoy no iba a hablar del tema de Cataluña, pero, al final, no me he resistido, porque un lector ha hecho una petición muy interesante:

Por favor padre, explique cuál es la doctrina social de la Iglesia sobre la secesión en un país. Es muy clarificadora y debería ser el criterio a seguir por sus pastores y fieles.

No existe una doctrina magisterial expresa sobre el tema. Ahora bien, hay suficientes elementos en la teología moral de la Iglesia para afirmar de forma condensada las siguientes verdades:

-Existe un derecho a la autodeterminación cuando hay razones suficientes para ello: invasión de un pueblo, objetiva situación de opresión (por la raza, religión, etc.) u otras razones objetivas.

-No existe un derecho a la secesión cuando la región, provincia, departamento, cantón u otra circunscripción ni está invadida ni oprimida, y forma una unidad con el Estado del que es parte.

El que el poder político decida ceder no significa que ese derecho exista. Solo demuestra que ha cedido. Ojo, tampoco estoy diciendo que, en ocasiones, no sea más prudente optar por el mal menor.

Querido comentarista, lo pediste es muy útil, porque este es un problema que puede extenderse sin final por todos los países con su inevitable siembra de odios y posibilidad de grandes conflictos.

Repito lo que dije hace tiempo: Que el límite de una nación esté aquí o más allá se debe a cuestiones en manos del azar: un río, una batalla perdida, una boda entre casas reales, una cordillera, una lengua, una religión. Las lenguas avanzan o retroceden o se encapsulan por razones azarosas. Las fronteras podían haber estado en muchos otros lugares alternativos. Lo que sí que resulta indudable son los males que afrontamos si una región comienza un proceso de secesión, u otro país inicia un proceso de incorporación por la fuerza.

En el caso de una autodeterminación, la inmensa mayoría de la población invadida o sojuzgada lo normal es que quiera recobrar la independencia. Y, aun así, los peligros de odio y sangre que conlleva un proceso de autodeterminación no son descartables.

Pero, en el caso de una secesión, estar dispuesto a pagar ese precio resulta objetivamente inaceptable desde un punto de vista moral.

Desde un punto de vista legal, la soberanía es indivisible. Normalmente, la Ley es reflejo de la moralidad; y la moralidad se encuentra reflejada en la legalidad. Ya sé muy bien que hay excepciones. Pero cuando el sistema jurídico se basa en la Razón, la Ley refleja el ordenamiento moral.

Si existiera un derecho a la secesión, Cataluña podría volverse a dividir cuatro años después de lograr la independencia. En un estado de anarquía, hasta los valles del pirineo proclamarían su independencia. ¿Por qué una ciudad no puede ser independiente?

No hay nadie que ahora abogue por la secesión en Cataluña que después no vaya a negar el derecho a la independencia a otros. ¿Por qué? Porque la Razón indica que la soberanía no puede estar fragmentándose de forma indefinida. Más allá de cierta división y subdivisión el sistema caería en la anarquía.

Aunque algunos digan que sí que aceptarán ese derecho, lo dicen convencidos de que el proceso se detendrá. Pero este es un proceso que resulta altamente inflamable porque cada división implica destrucción del bien común y la siembra de animadversión. Las secesiones no se pueden hacer sin esa siembra de la confrontación del uno con el otro. Sin confrontación, la Razón indica que la unión y la coordinación siempre es preferible. Cada desunión y descoordinación conlleva un coste. Por eso los defensores de este derecho de independencia, después lo niegan a los sometidos a la nueva soberanía. Antes de la guerra civil española los anarquistas no creían en la autoridad. Después, cuando se hicieron con el Poder en la guerra, ejercieron la autoridad. Lo mismo pasa con los que creen en el derecho de secesión. Una vez creada la nueva soberanía, ya no se puede ejercer ese derecho.

Por eso, desde el punto de vista de la moral, creo que ha llegado el momento de decir bien y alto y bien claro, sin ambigüedades, que no existe el derecho a la secesión. Existe, como es lógico, el derecho a que el prisionero recobre la libertad. Secesión no es lo mismo que autodeterminación. En 1944 Francia no se secesionó del III Reich. Las Trece Colonias sí que se independizaron de la Corona Inglesa, pero ese hecho (con razón o sin ella) no se pudo hacer sin pagar un precio en sangre.

Hay un ejemplo que puede dejar clara esta cuestión moral: Existe el derecho a que la esposa maltratada se escape del matrimonio. Pero no existe un derecho, moralmente hablando, a que la esposa un buen día anuncie que se autodetermina respecto al matrimonio y se marche. Esa no es una opción moralmente indiferente.

Desde el punto de vista de la licitud, uno puede ser todo lo nacionalista que quiera, pero teniendo claro que la soberanía es un bien nacional indivisible. Los montes del Pirineo no pertenecen a sus habitantes, sino a toda la nación. Y es un hecho objetivo que hoy Cataluña pertenece a España, hagan las votaciones que quieran hacer los que vivan allí. Es una mera cuestión legal con igual respuesta en todas las construcciones jurídicas de todo el mundo.

Por supuesto que uno dirá que uno tiene una opinión y otro tiene otra opinión. Pero el Poder no está sujeto a opiniones. El Poder es algo objetivo. Quim Torra dirá lo que quiera, pero él no puede detener al presidente de España; la justicia de España sí que puede detener a al presidente de la Generalitat.

Como dije en otro post, aquí cada cual tiene sus opiniones. Pero el Poder se demuestra en la capacidad de enviar a la policía a detener a alguien. Esa es la evidencia última de quien posee el Poder. Cuando llega la policía y le comunica a alguien: “Está usted detenido”, esa es la frase más objetiva que existe, no está sujeta a opinión.

Otra lectora pedía “altura de miras” con los nacionalistas, pero aquí hablo de la cuestión moral. Lo moral es lo justo. Después ya sé muy bien que nuestros políticos en Madrid pueden hacer los cambalaches que quieran. Pero yo hablo de cuestiones que tienen que ver con la moralidad, con lo justo, con los derechos. Después ya sé que puede ocurrir cualquier cosa.

domingo, noviembre 18, 2018

Agradecimiento de la iglesia española al Opus Dei



En los años 60 y 70, cuando la tormenta de desorientación doctrinal, de expansión de la herejía, de caos dentro del culto en el Templo de Dios, llegaron a su cenit, justo es reconocer que el Opus Dei fue un referente seguro para millones de españoles en cuestiones de fe.

En otros países, la Obra no tenía tanto peso como en España. Por supuesto que aquí había muchísimas personas individuales tan fieles como los miembros de la prelatura. Ahora bien, eran personas individuales, normalmente no organizadas. El Opus Dei sí que estaba organizado y muy bien organizado.

Caso aparte fueron, por supuesto, las diócesis de Cuenca y Toledo, verdaderos bastiones de la fe. La influencia de los clérigos de estos dos lugares se hizo notar con fuerza en toda la nación. Hoy día sí que se puede valorar el peso de estas dos diócesis como semillero de obispos y esparciendo clero óptimo por toda la nación.

Otros grupos fueron en esta fidelidad y amor a la oración como la prelatura, pero no contaron con los mismos medios materiales. Por citar solo dos, Comunión y liberación se centró en las universidades, pero tenía pocos miembros; y el Camino Neocatecumenal no incidió tanto en el mundo universitario, sino más en el apostolado con personas desfavorecidas. Otros grupos todavía eran más locales y no pudieron hacer planes de batalla a nivel nacional.

El Opus Dei, de modo silencioso, discreto, sin arrogancia, sin buscar el enfrentamiento, sí que dio luz a muchas almas, formó a sacerdotes y esparció la buena doctrina. Todavía recuerdo lo mucho que se rabiaba contra el Opus Dei en los años 80 por parte de los sacerdotes jóvenes más extremistas. Los que calificaban de “secta” a la prelatura, tuvieron que aguantarse al tener que escuchar elogio tras elogio del papa Wojtyla. Una y otra vez, él daba la razón precisamente a lo que ellos decían y la quitaba a los sembradores de mala doctrina. Hoy día las cosas que se decían entonces, por parte de sus adversarios, suenan ridículas. Costó mucho, pero mucho, salir de aquel mar revuelto de aguas lodosas.

Doy gracias al Opus Dei por su labor callada, eficaz, siempre constructiva, siempre fijándose en lo positivo, nunca atacando a nadie. La oración, la misa, la devoción a la Virgen... esas fueron las armas. No las necedades ideológicas que escuché de ciertos revolucionarios, de ciertos amantes de las novedades.

Pero ahora, cuando la paz se había impuesto, me preocupan ciertas cosas. Yo solo critico a los personajes históricos tras un paso razonable de tiempo. Como las decisiones de Tarancón hace medio siglo. Pero también ahora hay decisiones taranconianas aquí y allá. El camino es centrarse en el bien, no en la crítica. Obedecer, no extender un espíritu de rebeldía. Lo que tenemos que hacer es hacer bien nuestro trabajo, y no meternos a jueces.

A nadie se le impone qué debe pensar. Pero le pedimos, en el nombre de Jesús, a todo bautizado, que cubra con un velo la desnudez de los consagrados cuando toman decisiones eclesiales desacertadas. No estoy pensando ahora en nada en concreto, os lo aseguro. Pero sí que se ven en el horizonte los rumores de venideros conflictos eclesiales. Faltan años, pero ciertas tensiones no se desharán sin un fuerte trueno acompañado de pedrisco. Muchos católicos débiles (plantas débiles) no resistirán la granizada.

sábado, noviembre 17, 2018

Más sobre la carta de los menos de 300


 
La carta de ayer sigue dando lugar a precisiones por parte de los periodistas. Y es que, contados todos los diáconos, hasta el último, no se llega a 300 firmantes.

Por otra parte, ¿que son 300 firmantes entre 2.190 sacerdotes y religiosos? Hoy se sabe que la carta no la ha firmado ni el 8% del clero de Barcelona. Y donde más firmantes tuvo, Solsona, solo la suscribieron 18 de sus 73 sacerdotes.

Estas precisiones son importantes, porque muchos tienen una idea muy negativa del clero vasco y catalán. Pero, afortunadamente, la gran mayoría del clero de Euskadi y Cataluña están a favor de no meterse a opinar en cuestiones seculares. Y de eso doy fe: la mayor parte del clero en esas dos regiones está en su sitio, sin meterse en campos que son de los laicos.

Ahora bien, como ya dije, la cuestión teórica sí que es una cuestión moral que es insoslayable para los grandes sabios encargados de la moral. Es decir, no se trata de que cada hijo de vecino resuelva la cuestión teórica. Sino de que los más eminentes y santos la resuelvan y nos enseñen. Pensar que la licitud de las grandes cuestiones está sujeta a lo que cada uno piense es relativismo. Yo quiero saber la verdad.

Y la cuestión acerca de si es lícita o no la secesión desde un punto de vista meramente teórico tiene consecuencias gravísimas que fácilmente derivan en el derramamiento de sangre. Que una frontera pase por aquí o por allá se debe a razones históricas muy a menudo derivadas del puro azar. Portugal pudo haberse integrado en la corona española. Holanda pudo haber pertenecido con toda facilidad a Alemania. Los cantones suizos de habla italiana podrían haberse independizado. Borgoña podría haberse separado de la corona francesa en la Edad Media.

Las fronteras dependen de cosas como una cordillera montañosa, un río, la herencia de un príncipe y cosas por el estilo. Ahora bien, una vez que existe un Estado es un asunto de máxima importancia --aquí la palabra “máxima” adquiere su pleno significado-- saber quién es la autoridad suprema en el ejercicio del Poder.

Eso es algo que jamás, nunca, puede quedar en el aire. Estados Unidos con su lista de sucesión presidencial es una muestra de lo muy en serio que se toma esto. Texas fue un territorio que se anexionó voluntaria o involuntariamente (no me queda claro) a los Estados Unidos. Pero lo que sí que está claro es que, a estas alturas, aunque muchos en Texas repiten que si quisieran (y ganaran un referéndum) podrían volver a salir, eso no es verdad. Todos los juristas (incluso los de Texas) han dejado bien claro que no: que, aunque todos y cada uno de los texanos se pusieran de acuerdo, las autoridades federales actuarían con toda la contundencia necesaria para evitar una agresión contra su soberanía nacional.

Los independentistas me dirán: “Muy bien, usted defiende un bando; nosotros, otro. Usted nos acusa de meternos en cuestiones seculares, opinables, pero usted lo hace”.

Lo que sucede es que me he dado cuenta de que estos asuntos nunca son pacíficos, sino que inducen a los pueblos a la crispación más grande interna que puede sufrir un país. Pensar que esto se puede arreglar con algo de diálogo es un error. Se puede arreglar con diálogo una justa autodeterminación y siempre que haya amplia mayoría, pero nunca una secesión con la población dividida en partes casi iguales dentro de la zona de secesión.

Insisto, el mito de la sustracción pacífica, civilizada, de la soberanía nacional ha caído en mi forma de pensar. Ojo, no digo que no se pueda lograr. Pero se logra llegar a la meta pasando a través de un enfrentamiento, de una crispación y de unos peligros que no compensan el fin que se quiere obtener. Puede salir bien en cinco países, pero el sexto nos hará lamentar el haber comenzado este tipo de procesos.

No, la secesión no es una opción indiferente en la que la moral no tiene nada que decir.  ¿Es moralmente indiferente escalar sin cuerda, solo con las manos, una pared vertical como lo hacen los que practican el estilo “free solo”? Pues no. No me importa que haya escalado veinte paredes verticales y siga vivo, es una modalidad inmoral. La vida humana vale más que esas pruebas deportistas.

La vida humana vale más que el que una frontera pase por aquí o por allí. Y si no nos ponemos de acuerdo, entonces sigue vigente el ordenamiento constitucional. No aceptar esto es abrir la puerta a posibles tormentas de fuego y acero.

viernes, noviembre 16, 2018

La carta de algunos sacerdotes y diáconos catalanes



Me gustaría hacer algunos comentarios a varios párrafos de la llamada “Carta abierta de sacerdotes y diáconos catalanes a sus hermanos en el ministerio y a los obispos de España” que han firmado trescientos sacerdotes y diáconos catalanes. En azul pongo el texto de la carta, y en negro mi comentario. Y, de verdad, que intentaré ser lo más mesurado y ecuánime posible en mis glosas.

CARTA: Queridos hermanos en Cristo, os deseamos la paz y la gracia del Señor.

Un grupo numeroso de sacerdotes y diáconos catalanes nos dirigimos a todos vosotros con motivo del procés que se está viviendo en Cataluña. A todos nos duele constatar que las relaciones mutuas que se están dando entre cristianos y entre comunidades «de aquí y de allí», y los sentimientos recíprocos que expresamos, no son en muchos momentos lo que deberían ser sentimientos propios de hermanos en la fe.

La expresión de comunidades “de aquí y de allí” puede resultar engañosa. En las últimas elecciones, el independentismo logró el 47,5% de los votos. Los que querían permanecer en España lograron el 43,5%.

CARTA: Nos hemos preguntado muchas veces cuál debe ser nuestra posición. Y os pedimos a vosotros, hermanos sacerdotes, diáconos y obispos, que nos acompañéis en esta búsqueda.

La posición del clero debe ser la de no inmiscuirse en cuestiones opinables, en temas políticos.

Muy diferente es responder a la cuestión moral, a la cuestión teórica acerca de si la unidad de una nación es un bien moral. Esa sí que es una cuestión moral.

También hay que distinguir que no es lo mismo que a una nación invadida se le dé la posibilidad de la autodeterminación, que el supuesto derecho a que una región que conforma una unidad sin violencia pueda iniciar un proceso de secesión.

Estemos o no de acuerdo con el procés, es un hecho diferente el derecho de autodeterminación frente al supuesto derecho a la secesión. Jurídicamente siempre ha recibido un tratamiento distinto en los tratados de Derecho.

CARTA: Puede parecer fuera de lugar aludir a nuestra historia en la guerra civil de 1936, pero creemos que no. En aquel momento, la mayor parte de la Iglesia española se inclinó por una opción determinada, condicionada en buena medida por la persecución religiosa.

Me podría remitir con abundancia de datos a la enciclopédica monografía de Luís Suárez, Franco y la Iglesia. Honestamente, sin ánimo partidista, después de haber revisado los datos ofrecidos por varias obras, considero que la mayor parte de la iglesia catalana y vasca apoyaron al régimen victorioso en 1939.

CARTA: Pasada la terrible guerra y los años de posguerra, la Iglesia ha tenido que reconocer que aquella decisión fue un error histórico.

No es ajustado a la verdad afirmar que la Iglesia ha reconocido eso. Esa frase es muy llamativa.

No solo eso, sino que he podido ponderar cómo el clero de España ha cambiado de opinión frente a lo que pensaba en los años 70, durante los años de “pensamiento progresista”, frente a lo que piensa ahora. El revisionismo ha sido claro. La Ley de Memoria Histórica ha provocado una amplia reacción en el clero.

CARTA: Parece claro que una de las primeras actitudes necesarias es la convicción de que el único camino positivo es el diálogo.

Estoy totalmente de acuerdo. La mitad de los catalanes es independentista; la otra mitad, no. Es necesario dialogar. Pero mientras no nos pongamos de acuerdo, siguen vigentes las leyes. No hay una situación de indeterminación si se rompe el diálogo.

CARTA: Así lo han expresado diversas personalidades tanto del ámbito civil y político como del eclesiástico. Recordemos la toma de posición del presidente de la CEE, D. Ricardo Blázquez: «En estos momentos graves la verdadera solución del conflicto pasa por el recurso al diálogo desde la verdad y a la búsqueda del bien común de todos, como señala la doctrina social de la Iglesia» (declaraciones del 23-11-2017).

Sería justo citar las varias declaraciones oficiales de la Conferencia Episcopal acerca de la unidad de España como un bien moral y la última sobre el procés, porque monseñor Blázquez siempre ha estado de acuerdo con esos documentos. Citar solo una declaración fragmentaria no refleja su pensamiento.

CARTA: No es aceptable pretender resolver un problema social tan complejo a base de la fuerza policial o del derecho penal.

En una carta que pretende ser un llamamiento al diálogo, ¿no es esto una toma de posición? En una carta en la que los pastores deben mantenerse neutrales, ¿no es esto una imposición de la propia postura?

¿No es aceptable el imperio de la Ley? ¿Entonces qué es lo aceptable?

CARTA: El diálogo supone y exige actitudes serenas, no agresivas, dispuestas a escuchar a la otra parte y a valorar sus posiciones.

Cierto, pero si no se llega a un acuerdo, sigue vigente la Ley.

CARTA: Está a punto de iniciarse un juicio penal contra muchos líderes políticos y sociales catalanes. Esta situación tiene una gravedad especial.

Si esta última frase no estuviera inscrita en la carta, se podría entender de forma ambivalente: lo que han cometido los imputados tiene una gravedad especial.

Incluso en Canadá (donde se reconoce la posibilidad de la fragmentación del país) si uno se salta la ley nacional, la ley se aplica de forma automática.

CARTA: Hay personas procesadas y encarceladas por perseguir lo que muchos de nosotros consideramos justo y adecuado a derecho, y que otras personas juzgan y condenan.

Lo que es adecuado a Derecho no está sujeto a la opinión de un grupo de ciudadanos.

CARTA: Al final, incluso después de diálogo y reflexión conjunta fraterna, se deberán tomar decisiones.

La sentencia por contravenir el orden jurídico no está sujeta a la decisión de un grupo de ciudadanos privados. Eso es así y debe ser así. El día en que las sentencias estén sometidas a la reflexión conjunta fraterna dejaremos de estar en un Estado de Derecho.

CARTA: Nuestro espíritu cristiano, formulado en los principios de la doctrina social de la Iglesia, nos inclina a buscar y aceptar las soluciones justas, que respeten los derechos de Cataluña como se deben respetar los de todos los pueblos, tal y como son descritos, en su contenido y límites, por dicha doctrina social.

Los derechos los tienen las personas físicas y jurídicas que radican en Cataluña, y están marcados, delimitamos y protegidos por la Ley. Los ciudadanos de esa región gozan de los mismos derechos, exactamente los mismos, que el resto de personas sujetas al ordenamiento jurídico vigente en esta nación.

CARTA: Atendamos, pues, más a lo que nos une que a lo que nos separa, no anteponiendo nunca ideologías ni leyes humanas al respeto recíproco y a la verdadera justicia.
La cárcel a los imputados se impuso cuando se pasó del “diálogo” a la imposición de una situación ilegal que afectaba gravemente al orden jurídico del Estado.

Desde la moral católica, no se puede decir que la autoridad del Estado haya realizado ningún acto ilícito al mantener el orden constitucional.

martes, noviembre 13, 2018

Nunca más la guerra por ninguna razón



Macrón dijo ayer:
El patriotismo es exactamente lo contrario del nacionalismo. El nacionalismo es su traición.

Su discurso incidió más en este tema, pero se resume en estas dos frases. Si preguntamos a eclesiásticos y políticos acerca de estas afirmaciones de Macrón, escucharemos las previsibles frases en las que se nos dirá que sí y que no y todo lo contrario tratando de apaciguar ánimos. Sí, nos dejarán claro que lo importante es no ser extremista. Pero, al final, queda en pie la cuestión: ¿Esas dos frases son verdad o no? Sí o no.

Antes de dar mi respuesta, quiero referirme (después se verá por qué) a la condena que hace poco se hizo de la pena de muerte en el Catecismo de la Iglesia Católica. ¿Pero la pena de muerte es justa, es proporcionada, en ciertos casos? Sin duda. Sin ninguna duda, justa es. Lo que sucede es que debemos aspirar a ser mejores que los asesinos. Si estoy en contra de la pena de muerte no es porque sea injusta ni desproporcionada, sino por mis sentimientos de humanidad, por mi fe en Dios, Señor de la vida.

Pido a Dios que nunca jamás volvamos a matar por unir a la fuerza dos naciones. Nunca. Por muy buenas razones que esgriman los que digan que es necesario. En esto estamos todos de acuerdo.

Pero también, por la aversión que debemos sentir a provocar la muerte y el sufrimiento en nuestros semejantes, le pido a Dios que nunca se mate a nadie por mantener unida una nación. Yo no quiero que ninguna nación se divida. Ahora bien, ¿vale la pena el derramamiento de sangre por el hecho de que una frontera pase por aquí o por allí? Por supuesto que estamos hablando de casos en los que una clara mayoría ya no quiere seguir en un país. Este no sería el caso de que una minoría radical quiera arrancar por la fuerza un trozo de soberanía. Transigir con eso implicaría después tener que pagar un precio mayor, ya que la mayoría de la población quedaría secuestrada en lo que habría sido un acto de fuerza de una minoría. Mantener esa situación no se lograría sin la represión de la mayoría.

Pero lo normal es que la voluntad de secesión presione cuando la mayoría de la población está a favor de la independencia. ¿Es lícito, moralmente hablando, el uso de la fuerza en ese caso para mantener la unidad?

Por supuesto que muchos me dirán que por la unidad de un país vale la pena sacrificar la vida. En estricta justicia, sí. Se puede matar y morir por la unidad de una nación que ilegítimamente va a ser desgarrada. Ahora bien, si una clara mayoría de la población quiere separarse, entonces ¿el precio de miles de muertos vale la pena?

La invasión de Crimea fue un acto de fuerza. Pero yo de ningún modo aconsejaría el uso de la fuerza para retomar esa parte del país. Aconsejaría con todas mis fuerzas la paz. Creo Crimea es un buen ejemplo de lo que quiero decir.

Ahora volvamos a las frases de Macrón. ¿Son verdaderas? Sí. No dudemos de que si Barcelona quisiera independizarse de una Cataluña ya soberana, se apelaría al patriotismo del nuevo Estado para evitarlo. Esa secesión sería vista como una traición, podemos estar seguros de ello.

Imaginemos que el 51% vota a favor de la independencia de Cataluña. Los independentistas ahora apelan a que no es ilegítimo luchar por lograr esa independencia en la situación actual en la que están inscritos en el Estado Español. Luego si lograran la independencia, tampoco sería ilegítimo que el 49% un mes después, o un año después, o dos años después, hicieran campaña para un nuevo referéndum, esta vez a favor de la vuelta a España.

Cuando la mayoría es tan mínima, la opinión puede cambiar en dos meses. ¿Sería ilegítimo pedir otro referéndum? ¿Sería lógico cambiar de soberanía cada cuatro o siete años? ¿Se puede cambiar de soberanía cada pocos años? Cuando las mayorías son mínimas, la opinión pública puede cambiar de opinión en poco tiempo.

Pensar que un referéndum de marcha atrás no sería visto como una traición por los independentistas no es realista. Siempre unos van a ser unos traidores para los otros y viceversa. A nadie se le escapa la peligrosidad de esta situación. No es que sea fácil pasar de las palabras a la violencia, es que siempre hay minorías dispuestas a ello. Las hay a ambos lados de la Ley.

Las palabras de Macrón son duras, pero son verdaderas. Pero mientras nos ponemos de acuerdo, al menos, no recurramos nunca, ¡jamás!, a la violencia. Pero entonces viene un problema: ¿es violencia la represión policial? Unos entenderán que la prohibición de la violencia vale para el nacionalismo, pero también para el Estado.

En esa situación, llegaríamos a una situación en la que hay que dilucidar qué es violencia legítima y qué no lo es. No es algo que pueda quedar indeterminado. Por supuesto que nacionalistas y Estado jamás se pondrán de acuerdo. Y es un asunto del que depende todo el orden público. Llegadas las cosas a este punto, no hay otro remedio que dejar claro que el uso de la fuerza para el mantenimiento de la Ley no es violencia. Teniendo que llegar la represión al nivel adecuado a la fuerza de los transgresores de la Ley.

Puede parecer que me pongo de parte de un lado de la contienda. Pero es que, finalmente, todos tendríamos que ponernos de un lado o de otro en medio del desorden. No hay un terreno neutral en medio. No lo hay. No hay una isla beatífica en medio del orden y el desorden.

Algunos me dirán que un sacerdote no debe hablar de este tema. Pero este asunto es un asunto moral. Se puede plantear como una cuestión moral en una clase de una facultad de Teología. ¿Por el hecho de que haya dos bandos políticos (unionistas y secesionistas), vamos a callar que este es un asunto que en su misma esencia es moral?

No existe un derecho a la secesión. No existe tal derecho. No negaré la independencia a una región si tres cuartas partes de la población no quieren de ninguna manera seguir unidas a la nación. Pero no se lo negaré, para evitar males mayores; no porque sea un derecho.

En cualquier caso, que nunca un hijo de Dios mate a otro hijo de Dios por este asunto. Más vale una mala paz que una magnífica victoria. Y no soy de los que piensan que la paz haya de ser conseguida a cualquier precio. Pero si en una región el 75% de los habitantes quieren marcharse, que se marchen. Mucho mejor eso que un gran derramamiento de sangre. Esa es una de las lecciones que nos enseña el centenario del armisticio de la I Guerra Mundial. Pienso como pensaría un padre, no como pensaría un estadista, un Napoleón o un Julio César.

Pero si las cosas se ponen mal, si al final ocurre lo peor, si al final las pasiones se desatan en su peor manera, solo hay una postura lícita: la del orden, la de la Ley.

Los sacerdotes no podemos ser ambiguos acerca de esta cuestión moral. Porque la ambigüedad puede costar vidas.

miércoles, julio 25, 2018

Pequeños consejos sin importancia a los obispos



Un pequeño consejo para los obispos. Realmente, es un consejo en verdad minúsculo. Me atrevo a sugerirles que no prediquen sentados con el báculo en la mano. El báculo está hecho para andar, es un instrumento procesional o para apoyarse cuando uno está de pie. Pero un báculo no tiene sentido como instrumento si un está sentado. De hecho, surge un problema irresoluble si uno lo hace: su inestabilidad. Es muy difícil sostener un báculo si uno está sentado. El pobre obispo que lo intente descubrirá que, en esa posición, no puede cambiar de mano, no puede descansar.

La primera vez que vi tal cosa me resultó chocante. Pero como lo he visto hacer más veces (pocas, pero unas cuantas), quiero desaconsejar tal práctica. El báculo no es un instrumento para ser sostenido cuando uno está sentado.

¿Es recomendable predicar con el báculo en la mano si se predica de pie? Por supuesto que, en tal asunto, cada obispo obre con libertad. La belleza del sermón no se verá afectado para nada por seguir o no tal práctica. Ahora bien, no aconsejo predicar todo el rato sosteniendo el báculo. Resta mucha expresividad a la comunicación no poder usar más que una mano.

El pectoral, según las normas actuales, durante la misa, se puede llevar sobre la casulla o debajo de esta. Ahora bien, la tradición (hasta la época del Concilio Vaticano II) fue llevarlo bajo la casulla. Pienso que lo mejor es tener un magnífico crucifijo sobre el altar, un gran crucifijo que sea muy bello. Y, por esa razón, colocar el pectoral bajo la casulla. Así se remarca la realidad de que en el presbiterio únicamente hay una sola cruz: la del altar. Los papas siguen llevándolo así, sin romper la tradición. Benedicto XVI y el papa Francisco han seguido esta tradición que lo era de todos los obispos.

La tradición de los pectorales episcopales siempre ha sido que no tuvieran crucificado. La inmensa mayoría de los obispos siguen respetando esa costumbre. En esto también soy claramente favorable a seguir la tradición. No sé por qué, pero me parece que estéticamente queda mejor.

Y una última cosa, el pectoral no se lleva sobre el pecho, sino por debajo de este. Queda muy simbólico eso de llevarlo sobre el corazón, pero por razones visuales queda mejor que cuelgue más abajo. Afortunadamente, así lo hace la abrumadora mayoría de los obispos. Solo algún que otro obispo joven recién ordenado, con gran idealismo por su parte, da instrucciones al joyero de que la cadena sea de una longitud tal que le caiga sobre el pecho. Pero este tipo de razones teóricas suelen ser abandonadas bastante pronto.

Ah, una última indicación. Hay obispos que cuando caminan con el báculo en la mano lo sostienen todo el tiempo unos centímetros sobre el suelo. Alguien de confianza debería aconsejarles que practiquen en el pasillo de casa. El báculo debe usarse para caminar, no sostenerlo disimuladamente sobre el suelo. A cada paso, hay que apoyarlo, haciéndolo esto de un modo natural y cómodo. Y esto incluso cuando se suben las gradas del presbiterio, tramo en el que algunos sucesores de los apóstoles se hacen un poco de lío entre los pasos y el báculo. Si yo fuera el secretario de algún obispo le diría a puerta cerrada: “Muy bien, mucho mejor, pero vamos a ensayarlo otra vez”.

Post Data: Se recomienda la difusión de este post entre la población episcopal del orbe católico. Enviarle este post puede ser una buena excusa para añadir al final, como quien no quiere la cosa: "¿Se acuerda que me dijo que me cambiaría de parroquia? Estamos en julio y no he tenido noticias suyas".

martes, julio 10, 2018

Carta a Daniel Ortega, dictador de Nicaragua



Estimado Daniel Ortega, dictador de Nicaragua:

Usted ha lanzado a la turba contra los obispos. Una turba bastante exigua, pero que compensaba con violencia la pequeñez de su número. Los obispos han intentado hablar a la turba. Inútil intento. Nunca se puede razonar con una turba que vocifera.

Nuestro Maestro nos dijo, hace ya casi dos mil años: Quien a hierro mata a hierro muere.

Tenga, Daniel, cuidado. Porque quien lanza turbas contra los obispos, algún día puede encontrarse de cara a cara frente al Pueblo ya totalmente descontrolado. Y le aseguro que no podrá hablar ni razonar con una turba. La historia nos ha demostrado que si existe una bestia insaciable en su crueldad es una masa humana llena de furia.

Usted es un dictador y lo sabe. Nadie lo sabe mejor que usted. Nadie conoce tan bien cómo usted el proceso que ha acabado con la democracia en su país. ¿Quién mejor que usted nos podría explicar cómo logró acaparar todos los poderes, cómo logró derribar todas las barreras constitucionales?

Márchese a casa. A la casa que tiene fuera de la que llama su patria. Es cierto que si se va, perderá una fortuna. Ya tiene una gran fortuna. ¿Por qué tanta ambición? Si se aferra a su fuente de ganancias personales, algún día puede comprobar que un pueblo oprimido resulta imprevisible. Y en un solo día se puede pasar del despacho presidencial a un calabozo militar.

Cierto que usted piensa que puede hacer como Maduro en Venezuela. Pero no dude de que hay designios desconocidos por los que el Señor ha permitido tal aberración en Venezuela. Tal aberración se ha permitido y se sigue permitiendo. Pero los designios del Señor siguen adelante. No le deseo a usted enfrentarse a la ira divina. Deje a su pueblo libre. Libere a toda una nación.

Me despido de usted, deseándole que no se arroje usted mismo a un abismo de poder y represión, cuyas llamas le perseguirán en este mundo y en el otro.

lunes, mayo 14, 2018

Links directos de descarga a las obras de Biblioteca Forteniana

La lista de enlaces directos ha sido anulada. A partir de ahora todos los libros se descargarán en un único enlace universal que es el siguiente:

https://drive.google.com/drive/folders/0B57uoR-ea2QJUmQxWjJ5RThVQUU?resourcekey=0-q6zRxyDHTNDS_D5y92u_Ww&usp=sharing

La razón de esta decisión es que cada pequeño cambio en un libro significaba que, al subir un nuevo PDF, había que realizar cambios en la publicación de los links. Proceso este de cambio de links que conllevaba demasiado tiempo para renovarlos. 

El sistema de link único es mucho más rápido, y finalmente he optado por él.

domingo, abril 15, 2018

Ceremonia de toma de posesión de los obispos: sugerencia de reforma



La Iglesia posee un patrimonio no solo litúrgico, sino también de protocolos y ceremonias que resulta verdaderamente fascinante. Por eso me ha llamado la atención siempre que la toma de posesión de su sede por parte de un obispo-electo se limitase a poco más que a una misa en la que se lee la bula de nombramiento y en la que se sienta en la cátedra. Por eso quiero sugerir a las autoridades pertinentes el siguiente esquema para un momento eclesial tan importante.
La primera cuestión por la que hay que optar es si esa toma de posesión tiene lugar en una eucaristía o fuera de ella. Hay importantes y buenas razones para ambas opciones. Yo me decantaría porque un ceremonial más extenso tuviera lugar fuera de la misa. Por tres razones:

1.     Para darle mayor entidad en sí misma a esta ceremonia. Si la separamos de la misa, sustantivizamos esta ceremonia de toma de posesión. Si la unimos, la eclipsamos.

2.     Si esta ceremonia experimenta un desarrollo, unida a la misa hará mucho más larga la celebración.

3.     Para que cuando se celebre la eucaristía todo esté más centrado en la adoración a Dios.
No digo que una ceremonia de toma de posesión no sea un modo indirecto de adorar a Dios: lo es, sin ninguna duda. Ahora bien, la separación de ambos rituales dejará más claro la centralidad de la adoración a Dios en la misa. Solo afirmo eso: que es un modo de dejarlo más patente. Pero quede claro que esta ceremonia, aunque insista y remarque el aspecto eclesial, supone una forma de adoración al Señor. Porque oramos y alabamos a Dios en la realización de ese hecho de carácter eclesiástico.

Los pasos de la ceremonia serían los siguientes:
Procesión litúrgica: Desde una iglesia, partirá la procesión litúrgica de los obispos y el clero. Esa iglesia ejercerá la función de una gran sacristía.
Si hubiera muchísimos participantes, el clero de la diócesis esperará en su propia catedral. Y el clero venido de fuera participará en la procesión.
La procesión será presidida por el arzobispo de la provincia eclesiástica. No voy a desgranar las razones por las que considero que no conviene que sea el nuncio el que presida la celebración, ni tampoco por qué es mejor que no sea un cardenal si no pertenece a esa provincia eclesiástica. El orden de la procesión será el siguiente:
La cruz procesional con ciriales.
Unos pocos acólitos.
Diáconos.
        Primero los revestidos con alba y estola.
            Después los revestidos con dalmáticas.
Presbíteros
Primero los sacerdotes con sotana, roquete y estola
Después los sacerdotes con alba y estola. La mitad pueden ir vestidos de un modo y la otra mitad del otro. La razón no es otra que el que la variedad de vestiduras hace más bella la ceremonia.
Los religiosos con sus hábitos pueden ir situados entre ambos grupos, por una cuestión meramente estética. Si hubiere monseñores, irán revestidos con hábito coral violáceo tras los sacerdotes con alba.
Obispos
La mitad de los obispos pueden ir revestidos de modo coral
La otra mitad con capa pluvial y mitra. Las mitras deben ser mitras simples. Pero las capas serán traídas por cada prelado, para que así cada uno traiga la más bella; lo cuál hará más impresionante la procesión.
Final de la procesión
Primero, los cardenales, si los hubiere, irán revestidos con hábito coral. Y mejor con cogulla roja y galero con borlas.
Después los obispos sufragáneos de la provincia, revestidos con capa pluvial y mitra. Convendrá que los sufragáneos lleven el mismo tipo de capa por simple que sea ésta.
La presidencia recaerá en el arzobispo de la provincia, que portará el báculo.
La presidencia absoluta de la ceremonia, mientras no tome posesión de su cátedra el obispo-electo, recaerá en el arzobispo. Si el obispo-electo va a ser el arzobispo, la presidencia recaerá en el arzobispo emérito. Así se reforzará la idea de continuidad: lo que recibí en su día ahora te lo entrego. Si no fuera posible que él presidiera, recaerá este puesto en el eclesiástico de más dignidad de todos los presentes; a igual dignidad el de más edad si está en condiciones físicas adecuadas para presidir la ceremonia.
        El cabildo no irá en la procesión, sino que esperará en la catedral, junto con el clero. La procesión entrará en la catedral.

Espera del clero
El clero ocupará sus lugares. Sólo el arzobispo y los obispos sufragáneos besarán el altar al subir al presbiterio. Se colocarán unos asientos delante del altar que el arzobispo y los obispos sufragáneos. El arzobispo presidirá en el centro.
El resto de obispos con mitra se sentarán en torno al altar. Los demás revestidos de modo coral serán situados en sus lugares, dejando despejado el presbiterio.
Todos se dirigirán a sus sitios y se sentarán, en medio de los cantos, pero no se hará oración alguna. La espera no debería ir más allá de diez minutos o cuarto de hora. Se puede esperar en silencio, o un lector puede leer un libro de la Biblia mientras tanto. En la escucha de la Palabra de Dios se espera al pastor elegido para esa diócesis.

Traslado del obispo-electo
        El obispo-electo saldrá del palacio episcopal, donde presumiblemente habrá dormido esa noche. Irá revestido de modo coral (color violáceo), como el resto de clérigos que le acompañen. Él elegirá a los que le acompañen, obispos y sacerdotes o diáconos. En total, una veintena de personas. Podrían ir familiares o amigos. Pero fácilmente se sentirán tensos de ser centro de atención y se sentirán más cómodos esperando ya en sus sitios en la catedral. Al grupo, le precederá una cruz procesional seguida de unos siete acólitos con alba. El grupo de clérigos no irá en dos filas, sino en grupo. En realidad, no hay dos procesiones. Solo una. Ésta será un mero traslado.
        Si va a haber dos cardenales en esta ceremonia, no esperarán en el templo la llegada del obispo-electo, sino que lo flanquearán en este trayecto, revestidos con cogulla roja y galero. Por razón de la simetría, la simetría es estética, si solo asiste un cardenal a la ceremonia, le esperará dentro de la catedral. Y si hay tres, solo dos le acompañarán en este desplazamiento.
Si en el grupo de los que le acompañan no hay cardenales, sino dos obispos, se colocarán a los dos lados del obispo-electo, revestidos con la sotana filetata, no con sotana violácea, para que así resalte con claridad quién es el obispo-electo.

Llamada a la puerta
        Al llegar a la puerta de la catedral, un acólito le dará un martillo ceremonial al obispo-electo y este golpeará tres veces el portón. Un canónigo abrirá una puerta pequeña del portón y saldrá el cabildo en silencio. Un sacerdote, sin decir nada, entregará la bula de nombramiento al deán. Este la examinará brevemente, se volverá y extendida la mostrará al cabildo. La entregará a otro para que el resto de canónigos puedan mirarla. El deán dará la orden de que se abran las puertas. Después el cabildo le besará el anillo. Acto seguido le dará el crucifijo para que lo bese y el hisopo con agua bendita. La bula será devuelta al sacerdote que la entregó.
        El cabildo acompañará al obispo-electo a la capilla del Santísimo Sacramento. El orden será el siguiente:
            La cruz y los acólitos.
            Cabildo
Grupo de clérigos que le acompañan. Avanzan en grupo, rodeando al obispo-electo, no avanzan en hileras

Oración en las tres capillas
El obispo-electo hará un rato de oración ante el sagrario. Más o menos, unos cinco minutos. Después irá a otra capilla a orar un momento breve ante una imagen de la Virgen María. Por último, se trasladará a otra capilla a orar ante la imagen del patrono de la diócesis.
Mientras el obispo reza en la tercera capilla, el deán dará la señal para que los canónigos se dirijan a sus sitios en la catedral
Después, el grupo de clérigos, sin los canónigos, sin acólitos ni cruz procesional, se encaminará hacia el presbiterio de la catedral.

Al llegar al presbiterio
El obispo, al llegar a las gradas del presbiterio, sin subir, hará en silencio una inclinación de cabeza y recibirá ese mismo saludo del arzobispo y sus sufragáneos. El pueblo y los obispos se han puesto en pie para recibirle en cuanto él ha entrado en la via sacra de la nave central. El obispo-electo no hará inclinación profunda al altar, porque delante estarán los obispos. El presbítero que entregó la bula al deán, ahora subirá las gradas y la llevará la bula al arzobispo. Este la mirará, después la mostrará extendida a derecha e izquierda. Entonces estos obispos bajarán del presbiterio y darán un abrazo al obispo-electo. El resto de obispos seguirá en sus lugares.
Durante los siguientes pasos de la ceremonia, la bula será pasada, de mano en mano, a todos ellos para que la miren. Una vez que la vean los obispos, de mano en mano, pasará al clero de la diócesis. Y después al pueblo fiel. Un acólito la acompañará para recogerla y devolverla al obispo. No importa que se manche o rompa, porque es una copia. Pasará de mano en mano hasta el final de la ceremonia, momento en que la recogerá.
En cuanto el arzobispo mostró la bula bajó con los sufragáneos a abrazar al obispo-electo y juntos subieron al presbiterio. El obispo-electo lo primero que hará al subir al presbiterio será besar el altar. No saludará al resto del clero en ese momento.

Vestición
El obispo-electo irá a un flanco del altar. Allí varios acólitos le entregarán los paramentos sagrados para que se vaya revistiendo. Dos acólitos, a unos tres metros de distancia, delante de un gran libro sostenido por un tercer acólito, leerán por turno en voz alta una oración en latín según se le entregue cada vestidura.

Traslado a la cátedra
Después, el arzobispo (sin báculo) con un gesto de la mano le indica que le acompañe a la cátedra. No hacen inclinación de cabeza al pasar delante del altar. Al llegar, le hace un nuevo gesto con la mano, invitándole a que se siente en su sede.
Tras sentarse, el obispo se saca el anillo que lleva puesto y el arzobispo le coloca el anillo oficial de la diócesis. Aunque se use ese anillo para la ceremonia, en adelante no tendrá obligación de llevar ese anillo, podrá llevar el que quiera. Si lo desea, podrá dejarse puesto el anillo que llevaba y, durante la ceremonia portar los dos. Incluso, si ha estado como obispo residencial en dos diócesis antes, podrá llevar los dos anillos y el tercero. Como símbolo de los tres rebaños que ha apacentado. Pero solo durante esta ceremonia. Posteriormente solo portará un anillo.
Tras esto, el acólito llevará el báculo oficial de la diócesis al arzobispo y este le hará entrega de él.
Antes, mientras le ponía el anillo el arzobispo, un obispo sufragáneo, situado a su derecha, ha leído una oración en latín. Ahora, mientras le entrega el báculo, otro obispo situado a su izquierda, lee otra oración latina. No se le hará entrega ni de la mitra ni de la cruz pectoral, porque en esta ceremonia esas insignias serán vistas como símbolos de su carácter episcopal ya presente en él desde su ordenación. Mientras que el anillo tiene el sentido del carácter esponsal con esta iglesia, y el báculo es símbolo del pastoreo de esa grey. En el caso de que existiese una mitra histórica especialmente rica en la catedral, se la pondrá el mismo al lado del altar; no se le entregará en la sede.
Desde el momento en que se sienta en la cátedra y recibe el anillo y el báculo se considera que ya ha tomado posesión de su diócesis. Y, desde ese momento, pasa él a ser el que preside la ceremonia.

Incensación y representaciones
Lo primero que hace el obispo ya enteramente revestido y con todas sus insignias es incensar el altar. Se dirige allí con el báculo en la mano y lo entrega a un acólito para poner el incienso. Después vuelve a tomar el báculo y se dirige de nuevo a la sede para recibir el saludo de una representación de la diócesis. Puede mantener o no el báculo en la mano, como prefiera. Pero será más cómodo para él si lo entrega a un acólito antes de sentarse. Desde que se dirige a al altar hasta que acaba de recibir las representaciones, el coro canta.

Te Deum, alocución y oración final
Tras eso, se cantará el Te Deum. Después, desde la cátedra, dirige unas palabras a los presentes. Acabada su alocución, el obispo se pone en pie y allí hace la oración final de petición de ayuda a Dios para su ministerio y de agradecimiento por él.

Hora sexta
Tras la bendición, acto seguido se dirigen al coro para el rezo de la hora sexta o la que convenga según el momento del día que sea. Lo normal será que la ceremonia de toma posesión comience a las 11:00, para así, a las 12:00 poder empezar el rezo de la hora sexta. La ceremonia de toma de posesión, en principio, no durará más de una hora. No hay liturgia de la Palabra en esta ceremonia, porque la hora sexta hará esa función.
        Primero tendrá lugar la ceremonia de toma de posesión, de forma que la hora sexta la pueda presidir ya el obispo. El clero sentado en el coro de los canónigos dejará sus lugares a los obispos. Los escaños del coro quedarán ocupados por los obispos y los canónigos. Si sobran asientos, se sentarán sacerdotes de la diócesis.
        Aunque el obispo de la diócesis y los obispos se trasladen al coro de la catedral, todos los presentes en el templo participarán de esta liturgia a través de los altavoces, estén situados donde estén. Para ayudar a que la catedral pueda desocuparse con mayor facilidad, será mejor que el clero salga en procesión, tal como entró. Al final de una hora menor, no se da la bendición.

Los tres días del inicio del pontificado
La ceremonia de toma de posesión es una, pero el protocolo para el inicio del pontificado de un obispo durará tres días:
El primer día tiene lugar la ceremonia de toma de posesión y el rezo de la hora sexta.
El segundo día tendrá lugar la primera misa pontifical en la catedral. Mejor por la tarde.
El tercer día, el obispo rezará solemnemente las completas en el coro de la catedral. Las completas completan el ciclo ceremonial del inicio del pontificado. Incluso en latín tienen ese sentido en su nombre: ad completorium.
Esta última ceremonia de completas es breve, si lo desea, solo si lo así lo quiere, podrá ir precedida de la adoración del Santísimo Sacramento o de cualquier otro acto devocional.
Este ciclo, como se ve, costa de una ceremonia al mediodía, otra por la tarde y una última por la noche.
Ceremonia, misa, liturgia de las horas.
Hay solo una ceremonia de toma de posesión, pero con dos ecos.