Se ha asentado la idea de
que el obispo conviene que predique desde su cátedra. Como ya expliqué en mi
artículo La catedral de san Agustín de
Hipona, los obispos de esa época predicaban de pie, situados en el límite
del presbiterio absidial, lo más cerca posible del pueblo. Y si estaban débiles
por la edad, se sentaban en una silla sencilla en ese mismo lugar. Sin ninguna
duda, y por las razones allí esgrimidas, no se predicaba desde el extremo
basilical, desde la sede. Eso sí que ocurrió en los dos o tres primeros siglos,
en los que los locales eran reducidos y volvió a ocurrir en la Edad Media
cuando muchas misas pontificales fueron adquiriendo un carácter esencialmente
clerical: la mayoría de los asistentes a esas misas eran clérigos sentados en
los coros.
Por fin un lugar en la Red donde poder comunicarme diariamente con todos aquellos que no me quieren y con los que aún me guardan un cierto afecto.
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