Hoy el cardenal Tagle se
ha hecho una foto en su nuevo despacho, ha sido nombrado para un puesto del
Vaticano. Me he quedado apabullado. Ese despacho es tan horrible que me escandaliza
más que el Sínodo Alemán. Vamos a ver, eminencia, eso es un despacho de la
época del No-Do, parece no haya tenido reformas desde la época de Perón. Ese
despacho es tan banal que si fuera un poco más feo, solo un poco más, ya
empezaría a tener algún interés estético.
Hoy día, sin gastar
dinero, hay despachos formidables, de una belleza llamativa: discretos,
sobrios, minimalistas. Insisto, sin gastar dinero. Yo mismo le puedo aconsejar
en Roma a una persona que se lo redecora gratis.
Primero de todo, ¿nadie
le ha dicho que las CPU jamás se ponen sobre la mesa? Eso no es que no lo hagan
los abogados o los arquitectos en sus despachos, es que ya no lo hacen ni los
adolescentes. Es un pecado mortal contra la estética. Incluso hace veinte años,
las CPU se colocaban en lugares discretos. Ya, entonces, los cables venían con
la longitud precisa para hacer eso.
Su mesa de trabajo, está
llena de objetos. Entiendo que tenga un vaso para los bolígrafos. Pero hay
cinco objetos claramente identificables y después todos los papeles. Hasta me
parece que uno de ellos es una de esas inútiles cajas para poner las plumas. Mamma
mia, si hacía tiempo que no veía uno de esos artefactos tan feos. Hace ocho
lustros que creí que los últimos habían ido a la basura. Su valor es cero hasta
para los anticuarios de barrio.
Después están los objetos
de la mesa a sus espaldas con la misma tónica estética que la mesa principal. Incluso
el tamaño del cuadro no guarda ninguna proporción con la pared. Sería mejor que
colgara una tela bonita sin más, pero proporcionada con el entorno. Eso sí, los
candelabros de bombilla de la pared de puro feos son casi hasta graciosos.
Observo que el espacio de
su mesa no le importa mucho: dos teléfonos fijos. De acuerdo que no quiera usar
teléfonos de diseño para despachos. Los hay impresionantes. Pero cualquier técnico
vulgar y corriente le unifica esas dos antiguallas en uno solo en menos de diez
minutos. Lo de muchos teléfonos sobre la mesa quedaba bien en la década de
Kennedy. Daba la sensación de que uno era un hombre muy ocupado. Ahora eso ya
no se ve ni en el despacho de un notario de provincias.
La mesa tiene un cristal
sobre la madera. Eso de los cristales se dejó de hacer porque resulta incomodísimo
apoyarse sobre ellos. Salvo que la mesa entera sea transparente, ninguna mesa
actual viene con cristales. Las actuales se intenta que sean de materiales
agradables al tacto. Que ofrezcan calidez al que trabaja sobre ellas tantas
horas. Las de cristal eran antipáticas incluso cuando estuvieron de moda en la
época de Reagan.
Estas cosas pueden
parecer tonterías, y que, en realidad, hay que ir a lo esencial. Pero cualquier
cliente de un abogado o de un arquitecto o de un empresario sabe que es el
cuidado de los detalles lo que ofrece una idea de cómo se trabaja en lo
esencial. Eso ya lo han aprendido todos.
Por ese despacho, pasarán
miles de personas. ¿Qué se gana ofreciéndoles una mala impresión? ¿Hay algún
beneficio en eso? ¿Por pobreza? Se lo redecoran gratis, se lo aseguro.
Si el cardenal no sabe
nada de imagen, lo que demuestra ese despacho es que tampoco tiene a nadie que
le asesore. Es decir, que por debajo de él las cosas siguen el mismo tenor de
eficiencia. Ese despacho enseña mucho más acerca de cómo funcionan las cosas en
ese edificio de lo que le gustaría al que les está recibiendo allí.
Ese lugar de trabajo
parece estar gritando a cada uno que entra: estoy anticuado, no tengo quién me
asesore, no distingo entre lo bello y lo que no lo es, estoy fuera de la
cultura de esta época.
Nota de descargo del cardenal: El cardenal Tagle es un santo que se ha preocupado solo de las almas y de la caridad. La fea imagen de su despacho solo es otra prueba más de hasta qué punto este hombre es otro san Francisco.
Segunda nota: Solo los curas demasiado afincados en este mundo, nos damos cuenta de detalles que haríamos mejor en no darnos cuenta. Si estuvíeramos en África cuidando leprosos y ayudando a los rinocerontes recién nacidos, no nos percataríamos de las tonterías que he dicho.
Tercera nota: Podría hablar de cosas sustanciales y no de las accidentales. Pero es mejor hablar de las cuestiones estéticas. El contador de Google Analytics no engaña: hablar de cuestiones intrascendentes vaticanas muestra más interés en el contador (más visitas en Roma) que si hablo de cosas de verdadero calado.
Cuarta nota: Los Borgia podían ser unos pecadores, pero tenían buen gusto. Pablo VI podía ser un santo, pero fue un Pol Pot estético. Todos sus pecados, en materia estética, lo fueron por omisión.
La diferencia con la tercera foto no es de dinero o de elección de estilo. La diferencia con la tercera foto, es que en el despacho vaticano nada es proporcionado ni guarda una mínima línea armónica.