Sabéis que hace tiempo pensé cómo podía ser la que
llamé la Misa Magna. Estos días se me ocurrieron algunos pequeños
detalles más que se podrían intercalar en el esquema general que ya describí y
que está descrito con detalle en Ex Scriptorio. Pongo ahora las añadiduras
para la Liturgia de la Palabra.
Habría una mesa amplia, cuadrada, de cuatro metros de lado. Mejor si la madera es oscura para que resalten más, sobre ella, los Escritos. Sobre la mesa no habría manteles ni ningún ornato, sería muy sencilla.
Sobre la mesa habría un rollo, como el de los judíos
en las sinagogas, pero este hecho en papel. El rollo surgiría de la progresiva
unión de las páginas con los textos del Antiguo Testamento que hay en el
leccionario. Al final, formaría un rollo bastante grueso.
¿Cómo encontrar la lectura de ese día para la misa en
un rollo único? El modo sería que cada lectura tendría un número asignado y los
números estarían en un listado de ordenador, de manera que cada día solo habría
que buscar en el rollo el número que tocase para, por ejemplo, el XII domingo del
tiempo ordinario. Eso sí, todos los textos formarían columnas con una cierta
apariencia de continuidad.
El rollo se extendería sobre la mesa alrededor de la
cual está sentado el clero y el pueblo. El lector leería la primera lectura de
ese rollo. Después otro lector tomaría el libro de los salmos, en forma de
códice, y leería el salmo. Un tercer lector tomaría el códice de al lado y leería
la lectura del nuevo testamento. Serían libros de gran formato. Y se fomentaría
que algunas personas colocase glosas en los márgenes o que realizase algunos
dibujos ornamentales.
Un tercer códice, el más pequeño de los tres, de cubiertas doradas contendría los
textos del Evangelio. Los tres libros y el rollo estarían, cada uno, situados
en un lado de esa mesa.
Sobre la mesa podría haber varias lámparas de aceite
arcaicas para recordar que Lámpara es tu Palabra para mis pasos. Solo lámparas,
no velas: para así distinguir entre el altar y la Mesa de la Palabra.
Se podría derramar unas gotas de perfume en los cuatro
lados de la mesa mientras la gente se sienta en sus sitios alrededor. Por ejemplo,
perfume de rosa en honor de María la que mejor escuchó la Palabra. Esas gotas de
perfume se derramarían en unas pequeñas vasijas que evitaran que la mesa se
manchara.
Justo antes de leer el Evangelio, durante el aleluya,
se podría derramar un poco de perfume de nardo (u otro) a los “pies” del
Evangelio, en recuerdo del episodio de la mujer que enjugó los pies del
Maestro. De nuevo, ese perfume se derramaría en una vasija para no manchar. Podría
haber junto al Evangeliario dos vasijas en recuerdo de los dos pies de Jesús
que fueron ungidos con aquel bálsamo de la pecadora arrepentida.
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En la Mesa de la Palabra se derramarían dos tipos de
perfumes, cada uno con su propio simbolismo, para honrar el hecho de Dios que
nos habla y su Presencia cuando nos ponemos a la escucha de Él. Podría haber un
buen número de lámparas, de arcilla y metálicas, unas más sencillas y otras más
ricas; podría haber siete o doce o algunas más.
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Sobre el altar habría seis cirios principales sobre candelabros
y otras velas menores decorativas. Sobre las ofrendas se podría poner un tipo de
incienso, pues los hay de diferentes tipos y aromas. Y en la consagración se podría
colocar otro tipo de incienso: por ejemplo, mira para recordar la pasión de Cristo.
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Pienso que sería bonito en ese tipo de Misa Magna, cada
vez, usar dos tipos de perfume y dos tipos de incienso. Las velas menores del
altar serían, por ejemplo, una veintena. Unas situadas en candelabros mucho más
pequeños que los seis principales. Otras sobre platos. Unas serían más gruesas,
otras de grosor mediano. Unas más altas, otras menos.
Las velas mayores, las de los seis candelabros
principales, estarían encendidas desde el principio. Pero las menores serían
encendidas sin prisa, por dos ostiarios, mientras la liturgia se va aproximando
hacia la consagración. Comenzarían a prenderlas de manera que estuvieran todas luciendo
antes de que todos se pusieran de rodillas para la consagración.
Las velas menores se irían apagando en cuanto se
comenzase la purificación de los vasos sagrados. Al final, de nuevo, solo
quedarían las seis velas de los candelabros.