Continuación del post anterior:
Y así en esta revisión de la Curia, llegamos hoy a ese punto en el que los apasionados amantes de la pobreza dicen: despojaos de vuestros báculos, tirad al barro vuestros anillos, empeñad vuestras cruces pectorales.
Y así en esta revisión de la Curia, llegamos hoy a ese punto en el que los apasionados amantes de la pobreza dicen: despojaos de vuestros báculos, tirad al barro vuestros anillos, empeñad vuestras cruces pectorales.
Ciertamente los obispos llevan encima una cierta cantidad de metales. Nunca tan pocos metales han dado tanto que hablar. La aversión de ciertos teólogos holandeses y nicaraguenses por ciertos elementos de la tabla periódica no deja de sorprenderme.
Pero esta manía contra el hermano oro y la hermana plata, alcanza también a las vestiduras. De hecho, todavía en algunas sacristías de pueblo quedan restos de la vorágine postconciliar en forma de alguna casulla psicodélica.
Según estos amantes de la pobreza, el clero tendría que ir aún con el cuello de jersey típico de las Comisiones Obreras. Todavía uno recuerda a curas con la americana gris sobre el jersey azul o granate. Combinaciones increíbles que no se le habrían ocurrido ni al que asó la manteca, pero que las vimos en los trajes de nuestros párrocos durante dos decenios.
Por supuesto que el que quiera seguir el camino estético setentero, está en su perfecto derecho. Pero la juventud de hoy día es muy sofisticada, ya no es la de las patillas de los sindicatos mineros del carbón. Se siente atraída por el esplendor y el boato eclesiástico, lo mismo que se siente atraída por las grandes recepciones de la realeza europea. Esto es un hecho, no una teoría.
Pero esta manía contra el hermano oro y la hermana plata, alcanza también a las vestiduras. De hecho, todavía en algunas sacristías de pueblo quedan restos de la vorágine postconciliar en forma de alguna casulla psicodélica.
Según estos amantes de la pobreza, el clero tendría que ir aún con el cuello de jersey típico de las Comisiones Obreras. Todavía uno recuerda a curas con la americana gris sobre el jersey azul o granate. Combinaciones increíbles que no se le habrían ocurrido ni al que asó la manteca, pero que las vimos en los trajes de nuestros párrocos durante dos decenios.
Por supuesto que el que quiera seguir el camino estético setentero, está en su perfecto derecho. Pero la juventud de hoy día es muy sofisticada, ya no es la de las patillas de los sindicatos mineros del carbón. Se siente atraída por el esplendor y el boato eclesiástico, lo mismo que se siente atraída por las grandes recepciones de la realeza europea. Esto es un hecho, no una teoría.
Toda esta santa polémica por las vestiduras probablemente podría dar lugar a una guerra de versículos. Pero mi posición es muy clara: que cada uno haga según le inspire el Espíritu. Dad una túnica a lo San Francisco al que quiere una túnica a lo San Francisco, y dad protocolo vaticano al que quiere protocolo vaticano. No perjudica a terceros el que quiere ir con una túnica sencilla y sandalias, y no perjudica a terceros aquel al que le van las esclavinas y los fajines.
Con lo sencillo que es que todos estén contentos. Pero siempre hay al lado del camino un teórico de la pobreza que quiere que el monseñor vaya hecho unos zorros. Pues no, que el Hare Krisna vaya como Hare Krisna, que el punk vaya como punk, que las señoras inglesas del té de las cinco vayan como les de la gana. Mi Reino no es de este mundo de la moda, podría haber dicho nuestro Fundador.
A mí, desde luego, no me haría ninguna gracia ver a Benedicto XVI vestido de mono y con una llave inglesa en la mano. Si viera eso, me parecía estar en una película de Buñuel. Y algunos eso es lo que quieren: transformar a la Santa Iglesia Cátólica en una película surrealista. Algunos iconoclastas es que parece que hayan salido ayer de la selva.
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