Es un asunto acerca del
que he tenido tantísimas consultas que, por fin, me he decidido a escribir algo
que dé un poco de luz, aunque solo sea a cien o doscientos lectores. Me
escribía una persona:
Estimado
P. Fortea:
He visto con interés y
provecho su vídeo de YouTube sobre la situación en el Seminario de San Rafael
de Argentina.
Sus reflexiones me han
ayudado mucho a cambiar planteamientos sobre la obediencia en los que estaba
equivocado.
No obstante, creo que
hay una cuestión importante al respecto que no ha sido tocada: Comulgar en la
boca se trata en varios textos de la Santa Sede (entre ellos, «Redemptionis Sacramentum»
o la IGMR) como un «derecho» del fiel. No soy ningún experto en derecho, pero
¿puede un obispo modificar disposiciones de la Santa Sede sin habilitación
especial para ello? (entiendo que no, del mismo modo que un teniente no puede
hacer a un soldado obedecerle en una orden que va en contra de lo dispuesto por
el capitán general).
Por otro lado, es
cierto que la obediencia solo se pueda resistir cuando se ordena pecar, pero
también puede ocurrir que no exista obligación de obedecer, porque la autoridad
no es ilimitada (del mismo modo que un profesor no puede ordenar a un alumno a
qué actividades extraescolares debe ir).
Si pudiera aclararlo
en alguna entrada de su blog o responderme le estaría muy agradecido. Si no
puede hacerlo, solo le pido que dedique algún tiempo para pedir al Señor por
mí, pues atravieso ahora mismo una situación personal complicada.
Muchísimas gracias por
su labor, Padre.
Voy a contestar por
partes.
Primero:
Sí, es un derecho del fiel. Pero el obispo tiene
autoridad para emitir nuevos decretos o simples mandatos en caso de necesidad.
El silencio de la Santa Sede (ante
los últimos diversos casos de obispos en el mundo que han ordenado la medida de
la comunión en la mano) implica que hay un consentimiento
tácito.
La misma Congregación que
dijo que era un derecho, ahora calla.
Si, en el futuro, la
Congregación dijese que no se obligara a comulgar en la mano, eso estaría
vigente desde que así se dijese, pero ahora rige el silencio.
Y aquí no vale una
declaración a un periodista o en una entrevista de un cardenal, de un obispo o
de un monseñor. Cuando la Congregación ordena algo, debe hacerlo por vía oficial y solo es obligatorio cuando consta como
orden.
Segundo:
No solo hay que obedecer al obispo, sino que si, antes de la pandemia, un sacerdote
obligara a un feligrés a comulgar en la mano en mitad de una misa, el feligrés (tras
manifestar su deseo) debería someterse y no causar
escándalo con protestas y menos levantando la voz. Después le ampara el
derecho poner el hecho en conocimiento del obispo. Y si no es escuchado, puede
escribir a la Congregación para el Culto.
Es decir, no solo al
obispo, hay que obedecer al que preside la celebración,
pudiendo recurrir después, pues se hubiera conculcado un derecho. Pero la
conculcación del derecho del fiel no significa que sea lícito hacer un
escándalo en una ceremonia sagrada.
Durante la liturgia, hay
que someterse al celebrante que preside en todo lo referente a ritos y ceremonias.
Incluso los sacerdotes presentes, se someten al que preside.
El orden eclesial es que
uno se somete y después recurre. Es un desorden primero dar un escándalo y
después denunciar el hecho.
Una vez me ocurrió que,
presidiendo yo una ceremonia, un sacerdote no quiso someterse a una cuestión
organizativa. Les dije, en la sacristía, que, durante la misa, no bajaríamos al
primer banco a dar la mano a las autoridades civiles. Un párroco de un pueblo
vecino dijo de un modo brusco que yo hiciera lo que quisiera, pero que él iba a
bajar. No hice ningún escándalo a pesar de que él dijera eso. Era preferible
que él desobedeciera e hiciera lo que quería a que los fieles sufrieran el
impacto de una disensión pública.
Me ocurrió lo mismo,
muchos años después, el sacerdote concelebrante se empeñó en que se hiciera la
oración de los fieles, a pesar de que le dije que los días de diario no la
hacíamos. Pues me callé y no hice un escándalo. La liturgia es un encuentro con
Dios, es un momento de oración, de paz, de comunión. No
podemos destruir ese oasis espiritual con la excusa que sea. Siempre cabe
el recurso a la autoridad.
Tercero: Solo cabría la protesta
pública, en mitad de la ceremonia, si el acto, en sí
mismo, ya fuera peor que el escándalo: un predicador que negara la
virginidad de María de forma abierta, alguien que profanara la Eucaristía, o
cosas similares.