Primera
parte
Este post lo divido en
partes porque si no parecerá que me voy a limitar a repetir lo que he dicho
otras veces, pero en la tercera parte ser verá que la primera parte hace de
prólogo para la segunda. El tema que más pasiones ha desatado en la sección de
comentarios de este blog siempre ha sido el independentismo. En este blog y
entre mis amistades, siempre hay personas que propugnan prohibir todo partido
que defienda esa posición. Es un error.
Desde un punto de vista
teórico, ya he expuesto que no hay derecho a la secesión. Sí, a la autodeterminación
de un pueblo anexionado u oprimido.
Pero también he dejado
claro que si una secesión (en cualquier país) se realizara de un modo legal, yo
no tendría ningún problema en admitir la nueva realidad. Desde un punto de
vista teórico yo tengo mi opinión, pero respetaré (y aceptaré) que se obre de
otra manera si así lo decide el pueblo.
Segunda
parte
Lo que es una irracionalidad
sería querer acabar con el independentismo por la fuerza, aplicando la fuerza
de la ley para prohibir partidos, detener a personas, imponer multas. La democracia
debe ser un espacio para la libre discusión de ideas, la posibilidad de
asociarse y de hacer propaganda. Ahora mismo en España hay un partido, Vox, que
(si no me equivoco) quiere prohibir que puedan presentarse a las elecciones los
partidos que propugnen la independencia. Es un error querer detener las
discusiones prohibiéndolas.
Alguien me dirá que el independentismo
no es conforme a la razón. Le responderé que si alguien quiere fundar el Partido
Vampírico Nacional tiene todo el derecho a fundarlo.
Todos los que defendemos
la unidad de cualquier nación por razones meramente basadas en el derecho
constitucional, debemos defender el derecho a fundar partidos independentistas
y debemos aceptar la consumación de ese proceso siempre que se haga legalmente.
Tercera
parte
Ahora bien, ¿se deben
permitir partidos cuya victoria supondría el fin de la democracia? Imaginemos un
partido como el de Mussolini o el de unos islamistas radicales que defendieran la
implantación de una constitución como la de Irán. Es algo a lo que llevo dando
vueltas desde hace años.
Pues bien, creo que ahora
lo veo claro. Démonos cuenta de que si prohibimos un partido incipiente por la
razón de ideas antidemocráticas, ¿en el futuro no podría el poder prohibir otro
partido bajo esa misma excusa? Eso nos llevaría a otra discusión: ¿qué ideas se
pueden permitir o no en una democracia? Otra ramificación del problema es si el
poder, realmente, tiene capacidad para reprimir las ideas políticas de un 25%
de la población.
Este asunto es mucho más
opinable que el caso expuesto en la primera y segunda parte, pero la solución
constitucional más racional me parece que es permitir también ese tipo de
partidos. Pero dejando claro que el cambio de una democracia liberal a una
democracia como, por ejemplo, la de Irán debe hacerse de acuerdo a la constitución.
Y la constitución debe estar muy bien armada para que la invasión de los tres
poderes constitucionales no pueda llevarse a cabo más que con mayorías cualificadas
constantes durante más de quince o veinte años.
En mi ensayo La
decadencia de las columnas jónicas ese cambio constitucional ese cambio
requeriría primero lograr el 70% de los escaños en el congreso durante muchísimo
tiempo para poder lograr esa mayoría en el senado. En el sistema que propugno
eso podría llevar unos quince o veinte años, pues los cargos senatoriales son
vitalicios. Después habría que ir cambiando a los jueces del tribunal supremo que,
de nuevo, son vitalicios: eso llevaría de nuevo otros quince años. Mientras no
se logre invadir el senado, este impediría que surgieran leyes inadecuadas. Y después,
mientras el partido hegemónico no invadiera con sus hombres el Tribunal Supremo,
este podría seguir bloqueando cualquier medida no adecuada la constitución y
sus valores.
Creo que esta solución es
la más racional para defender la democracia: una constitución bien construida
para defender a la democracia y que, por tanto, no necesite prohibir programas
electorales. El problema es que nuestras constituciones no constituyen diques adecuados para contener las mareas producidas por partidos hegemónicos que duren tres o cuatro legislaturas. Con constituciones tan deficientes, tal vez sea un mal menor prohibir el suicidio de la democracia a sabiendas de que la medicina puede hacer que enferme la libertad.
Este es un tema muy polémico, os escucharé en la sección de comentarios. Ojala que pueda allí haber una constructiva discusión.