Este es un artículo que se me pidió,
hace meses, para una revista alemana católica que iba a dedicar una serie de
artículos sobre el futuro de la vida católica. El artículo le gustó al que me
lo encargó (y a otros que lo leyeron), pero se “atascó” en las oficinas de la
publicación. No tengo la menor duda de que el contenido no fue del agrado de la
línea editorial.
Cuando se me propuso escribir un artículo sobre el
tema del camino sinodal alemán, me pregunté qué podría yo decir que fuera
nuevo; qué podría decir que no fuera una repetición de lo ya
escuchado centenares de veces. Después
de reflexionar, pienso que mi aportación radica en ofrecer algunas sugerencias
acerca de cómo organizar el camino sinodal.
Si observamos la historia de la Iglesia, comprobaremos
que el camino sinodal es algo querido por Dios, pero no siempre los concilios
dieron como resultado un fruto recto. Hoy día a las reuniones que se
“extraviaron” los denominamos conciliábulos, pero en su día fueron
considerados por sus integrantes tan verdaderos concilios como los que dieron
definiciones que han pasado al magisterio de la Iglesia. Por poner algún
ejemplo, el segundo concilio de Éfeso (del año 449) nunca ha sido considerado
expresión de la fe de la Iglesia, aunque pretendiera definir artículos de fe.
Un sínodo, un concilio, cualquier reunión
eclesiástica, puede ser encauzada de un modo excesivo e ilegítimo, pueden
existir presiones; y a eso hay que añadir que un concilio regional o un sínodo
provincial no tiene necesariamente que ser expresión de la fe de la Iglesia. Un
sínodo regional tiene asegurada la asistencia del Espíritu Santo, pero no
tiene asegurado que el resultado
final sea indudable expresión de la fe de la Iglesia. En un cónclave, por
ejemplo, la asistencia del Espíritu Santo está garantizada, pero eso no
significa que los purpurados atiendan a la voz de Dios. La elección de un sumo
pontífice no necesariamente es la expresión de lo que quería Dios.
De ahí
que la escucha del Espíritu es absolutamente necesaria. De esa escucha
dependerá que el resultado sea o no expresión de la Voluntad de Dios. Lamento
romper cierta visión acerca de los sínodos como algo absoluto, pero la historia
de la Iglesia es clara: solo los concilios universales en unión con
el Romano Pontífice tienen asegurada la infalibilidad. Esa ha sido la tradición constante de la Iglesia.
Por lo tanto, los participantes del sínodo alemán
deben hacerse conscientes de su propia falibilidad tanto personal
como colectiva. Ellos no pueden desligarse
de la estructura de verdad que es el, podríamos llamarlo así, “sínodo
universal”. El sínodo puede ser creativo dentro de la fe.
Pero como no nos pondremos de acuerdo en qué entra o
no dentro de la fe, al menos hay que aceptar la estructura eclesial para la
custodia de la fe establecida en la Iglesia por el mismo Jesucristo mientras
estuvo sobre la tierra. Si no se acepta ese “orden eclesial universal”, el
sínodo inicia sus deliberaciones en un punto de partida descentrado. Lo que se
estaría deliberando no es tal o cual cuestión moral o bíblica, sino el mismo
ser de la Iglesia, la capacidad de la Iglesia para salvaguardar la fe entregada
por Cristo.
Muchos lectores habrán pensado que soy un
tradicionalista: para nada. Soy de la opinión de que la teología debe avanzar
dentro de una evolución homogénea del dogma. Mis posiciones son progresistas,
pero de un progresismo que cree en un depositum fidei, el depósito de la
fe. Pero si el progresismo supone la revolución, es decir, la demolición de los
pilares que sustentan nuestra conexión con una verdad pretérita inalterable;
entonces, que no cuenten conmigo en ese “incendio”.
Yo soy español y la verdad es la misma en Alemania y
en España. El sínodo alemán no puede determinar qué es la verdad para los
españoles. Y, evidentemente, la verdad no es una en el norte de Europa y otra
en el sur; tampoco lo que era verdad en el siglo VII deja de ser verdad en el
siglo XVIII. El sínodo alemán, por muy democrático que sea, no puede obligarme.
Luego todos los integrantes del sínodo deben aceptar que forman parte de una
familia y que un cierto número de votos no podrá obligar a la Iglesia de los
cinco continentes a creer o no una cosa; pues las cuestiones debatidas en esa
reunión germana afectan directamente a lo que es la verdad en la Iglesia: ¿la
Iglesia se ha equivocado al enseñar universalmente tal o cual cosa?
Soy
progresista (dentro de la tradición), pero sería ingenuo no darse cuenta de que
las cuestiones morales que se han planteado afectan de lleno al concepto de
magisterio en la Iglesia Católica. O se acepta que cualquier decisión debe
someterse a la “familia universal”, o se acepta que existen “pastores de
pastores” con un encargo específico de Cristo; o si no, muchos alemanes
estarían cayendo en el mismo error eclesial que la Iglesia copta en el siglo V (cuando se separó de la comunión) o que la Iglesia armenia (cuando rompió en el siglo VII) o
los Viejos Católicos (en el siglo XIX).