A lo que más
me dedico durante el día, es a mi tesis. Aunque como es lógico es de lo que
menos hablo. Porque hablar de mi tesis, consistiría en publicarla. De otra
forma, estaría dando vueltas a lo que ya se leerá en su momento. He querido
mencionar esto, porque son varias las personas que me han pedido que hablase
más de mi trabajo. En mayo acabo, así que un poco de paciencia.
Pero dejando aparte mi trabajo, ayer domingo
fui invitado a almorzar en la comunidad de agustinos de la facultad de estudios
patrísticos que tienen en Roma. Allí vive un cardenal con la comunidad. Me
dijeron que tras recibir la birreta exigió que siguiera siendo tratado como un
miembro más de la comunidad. Hasta los más jóvenes saben muy bien que se
incomoda ante cualquier tratamiento que vaya más allá del usted. Yo le observé
en el comedor en su perfecta normalidad y sencillez. Ninguna vestidura especial,
ni siquiera portaba cruz pectoral.
Esto no es una
excepción. Una de las cosas que vengo comprobando, una y otra vez, es que
nuestra madre la Iglesia suele nombrar para los altos cargos a aquellos que no
los ambicionan. Por supuesto que hay excepciones. Pero lo que digo es muy
frecuente. Aquello que podrían llevar ropas especiales, bellas cruces y
anillos, aquellos que podrían pedir tratamientos especiales donde viven o
trabajan, son precisamente los que desean pasar desapercibidos. Muchos se ponen
sus grandes hábitos cardenalicios únicamente cuando lo exige el protocolo. Esto
es un orgullo para la Iglesia. Aunque quisiera repetir que sería muy bonito
embellecer algo más el hábito coral de los cardenales. El galero y aquella
especie de cogulla con capucha que llevaban en la Edad Media eran muy
impresionantes. Estos hombres humildes llevarían esas vestiduras como una
carga, como una penitencia; porque son humildes. Pero haría muy bonito esta
corona de cardenales en torno al Papa en las ceremonias del Vaticano. La belleza
no me parece poca razón, para pedir este cambio. Dios es belleza y se merece
las mejores ceremonias. Y los cardenales son un grandioso ornato de esas
ceremonias.
Mis gustos son
poco barrocos, pero sí que amo el esplendor medieval. Me gustaría volcar una
tonelada de grandiosidad neogótica a unas ceremonias que ya de por sí, ahora,
son impresionantemente bellas. Pero todo se me hace poco para Dios. El Vaticano
es demasiado poco para Dios. Incluso el culto vaticano con todas sus liturgias
se me hace totalmente insuficiente frente a un Misterio tan insondable.