Estimado señor
Maduro:
La marcha de hoy en
Venezuela no es una marcha política. Es la marcha de la dignidad, de la
honradez, de la decencia de un Pueblo que ha sido ultrajado, engañado, machacado
y encadenado.
Salga al balcón y
mire al horizonte, hacia la marcha. Toda la gente digna está contra usted. Ha
logrado unir al país, señor presidente. Por fin lo ha logrado, pero contra
usted.
Evidentemente, no
apelo a su decencia, señor Presidente. Sólo me queda apelar a su más básico y
elemental sentido de supervivencia. Si se obceca en enrocarse, las cosas se le
van a ir de las manos del peor modo posible. No hace falta ser muy inteligente,
como usted, señor presidente, para darse cuenta de lo peligroso que es vivir en
una nación donde todo el mundo está desesperado, hasta los carceleros.
La desesperación
tiene un límite y usted lo va a comprobar muy pronto. La única duda que todos
tenemos es cuál es el precio que va a hacer pagar a ese pueblo.
Esta marcha hubiera
sido imposible hace un año. Con su régimen de libertades, hubiera sido
irrealizable. Pero ahora se enfrenta a una masa incontenible de millones de
desesperados. ¿Se da cuenta de que intenta contener lo incontenible?
El día de hoy será
largo, el más largo de su presidencia. En teoría, los presidentes se dedican a
gobernar. Usted, a partir de ahora, se va a dedicar a contener a las masas. Va
a vivir el día de hoy como una batalla. Triste presidencia la de aquél que
batalla contra su pueblo. Quizá la única guerra que no se puede ganar.
No le quito más
tiempo, porque hoy va a tener mucho trabajo. No sé lo que va a pasar hoy.
Tampoco usted sabe si dentro de un año se acostará en la cama de su dormitorio o en el lecho de
una prisión a la espera de ser juzgado por jueces imparciales.
Hoy todo conspira en su contra, señor Maduro. Hoy, hasta la mirada de los carceleros es más torva. Por primera vez en su mandato, mira al rostro de los pretorianos tratando de interpretar la frialdad de sus gestos.
Hoy todo conspira en su contra, señor Maduro. Hoy, hasta la mirada de los carceleros es más torva. Por primera vez en su mandato, mira al rostro de los pretorianos tratando de interpretar la frialdad de sus gestos.
Suyo afectísimo.
Padre Fortea