La
Iglesia posee un patrimonio no solo litúrgico, sino también de
protocolos y ceremonias que resulta verdaderamente fascinante. Por eso me ha
llamado la atención siempre que la toma de posesión de su sede por parte de un
obispo-electo se limitase a poco más que a una misa en la que se lee la bula de
nombramiento y en la que se sienta en la cátedra. Por eso quiero sugerir a las
autoridades pertinentes el siguiente esquema para un momento eclesial tan
importante.
La
primera cuestión por la que hay que optar es si esa toma de posesión tiene
lugar en una eucaristía o fuera de ella. Hay importantes y buenas razones para
ambas opciones. Yo me decantaría porque un ceremonial más extenso tuviera lugar
fuera de la misa. Por tres razones:
1. Para
darle mayor entidad en sí misma a esta ceremonia. Si la separamos de la misa,
sustantivizamos esta ceremonia de toma de posesión. Si la unimos, la
eclipsamos.
2. Si
esta ceremonia experimenta un desarrollo, unida a la misa hará mucho más larga
la celebración.
3. Para
que cuando se celebre la eucaristía todo esté más centrado en la adoración a
Dios.
No
digo que una ceremonia de toma de posesión no sea un modo indirecto de adorar a
Dios: lo es, sin ninguna duda. Ahora bien, la separación de ambos rituales
dejará más claro la centralidad de la adoración a Dios en la misa. Solo afirmo
eso: que es un modo de dejarlo más patente. Pero quede claro que esta
ceremonia, aunque insista y remarque el aspecto eclesial, supone una forma de
adoración al Señor. Porque oramos y alabamos a Dios en la realización de ese
hecho de carácter eclesiástico.
Los pasos de la ceremonia serían los siguientes:
Procesión
litúrgica: Desde una iglesia, partirá la procesión litúrgica de
los obispos y el clero. Esa iglesia ejercerá la función de una gran sacristía.
Si hubiera muchísimos
participantes, el clero de la diócesis esperará en su propia catedral. Y el
clero venido de fuera participará en la procesión.
La procesión será
presidida por el arzobispo de la provincia eclesiástica. No voy a desgranar las
razones por las que considero que no conviene que sea el nuncio el que presida
la celebración, ni tampoco por qué es mejor que no sea un cardenal si no
pertenece a esa provincia eclesiástica. El orden de la procesión será el
siguiente:
La
cruz procesional con ciriales.
Unos
pocos acólitos.
Diáconos.
Primero los revestidos
con alba y estola.
Después los revestidos con
dalmáticas.
Presbíteros
Primero
los sacerdotes con sotana, roquete y estola
Después
los sacerdotes con alba y estola. La mitad pueden ir vestidos de un modo y la
otra mitad del otro. La razón no es otra que el que la variedad de vestiduras
hace más bella la ceremonia.
Los
religiosos con sus hábitos pueden ir situados entre ambos grupos, por una
cuestión meramente estética. Si hubiere monseñores, irán revestidos con hábito
coral violáceo tras los sacerdotes con alba.
Obispos
La
mitad de los obispos pueden ir revestidos de modo coral
La
otra mitad con capa pluvial y mitra. Las mitras deben ser mitras simples. Pero
las capas serán traídas por cada prelado, para que así cada uno traiga la más
bella; lo cuál hará más impresionante la procesión.
Final
de la procesión
Primero,
los cardenales, si los hubiere, irán revestidos con hábito coral. Y mejor con
cogulla roja y galero con borlas.
Después
los obispos sufragáneos de la provincia, revestidos con capa pluvial y mitra.
Convendrá que los sufragáneos lleven el mismo tipo de capa por simple que sea
ésta.
La
presidencia recaerá en el arzobispo de la provincia, que portará el báculo.
La presidencia absoluta
de la ceremonia, mientras no tome posesión de su cátedra el obispo-electo,
recaerá en el arzobispo. Si el obispo-electo va a ser el arzobispo, la
presidencia recaerá en el arzobispo emérito. Así se reforzará la idea de
continuidad: lo que recibí en su día ahora te lo entrego. Si no fuera posible
que él presidiera, recaerá este puesto en el eclesiástico de más dignidad de
todos los presentes; a igual dignidad el de más edad si está en condiciones
físicas adecuadas para presidir la ceremonia.
El cabildo no irá en la procesión, sino que esperará en la
catedral, junto con el clero. La procesión
entrará en la catedral.
Espera
del clero
El
clero ocupará sus lugares. Sólo el arzobispo y los obispos sufragáneos besarán
el altar al subir al presbiterio. Se colocarán unos asientos delante del altar
que el arzobispo y los obispos sufragáneos. El arzobispo presidirá en el
centro.
El
resto de obispos con mitra se sentarán en torno al altar. Los demás revestidos
de modo coral serán situados en sus lugares, dejando despejado el presbiterio.
Todos
se dirigirán a sus sitios y se sentarán, en medio de los cantos, pero no se
hará oración alguna. La espera no debería ir más allá de diez minutos o cuarto
de hora. Se puede esperar en silencio, o un lector puede leer un libro de la
Biblia mientras tanto. En la escucha de la Palabra de Dios se espera al pastor
elegido para esa diócesis.
Traslado
del obispo-electo
El obispo-electo saldrá del palacio episcopal, donde
presumiblemente habrá dormido esa noche. Irá revestido de modo coral (color
violáceo), como el resto de clérigos que le acompañen. Él elegirá a los que le
acompañen, obispos y sacerdotes o diáconos. En total, una veintena de personas.
Podrían ir familiares o amigos. Pero fácilmente se sentirán tensos de ser
centro de atención y se sentirán más cómodos esperando ya en sus sitios en la
catedral. Al grupo, le precederá una cruz procesional seguida de unos siete
acólitos con alba. El grupo de clérigos no irá en dos filas, sino en grupo. En
realidad, no hay dos procesiones. Solo una. Ésta será un mero traslado.
Si va a haber dos cardenales en esta ceremonia, no esperarán
en el templo la llegada del obispo-electo, sino que lo flanquearán en este
trayecto, revestidos con cogulla roja y galero. Por razón de la simetría, la
simetría es estética, si solo asiste un cardenal a la ceremonia, le esperará
dentro de la catedral. Y si hay tres, solo dos le acompañarán en este
desplazamiento.
Si
en el grupo de los que le acompañan no hay cardenales, sino dos obispos, se
colocarán a los dos lados del obispo-electo, revestidos con la sotana filetata,
no con sotana violácea, para que así resalte con claridad quién es el
obispo-electo.
Llamada
a la puerta
Al llegar a la puerta de la catedral, un acólito le dará un
martillo ceremonial al obispo-electo y este golpeará tres veces el portón. Un
canónigo abrirá una puerta pequeña del portón y saldrá el cabildo en silencio.
Un sacerdote, sin decir nada, entregará la bula de nombramiento al deán. Este
la examinará brevemente, se volverá y extendida la mostrará al cabildo. La
entregará a otro para que el resto de canónigos puedan mirarla. El deán dará la
orden de que se abran las puertas. Después el cabildo le besará el anillo. Acto
seguido le dará el crucifijo para que lo bese y el hisopo con agua bendita. La
bula será devuelta al sacerdote que la entregó.
El cabildo acompañará al obispo-electo a la capilla del
Santísimo Sacramento. El orden será el siguiente:
La cruz y los acólitos.
Cabildo
Grupo
de clérigos que le acompañan. Avanzan en grupo, rodeando al obispo-electo, no
avanzan en hileras
Oración
en las tres capillas
El
obispo-electo hará un rato de oración ante el sagrario. Más o menos, unos cinco
minutos. Después irá a otra capilla a orar un momento breve ante una imagen de
la Virgen María. Por último, se trasladará a otra capilla a orar ante la imagen
del patrono de la diócesis.
Mientras
el obispo reza en la tercera capilla, el deán dará la señal para que los
canónigos se dirijan a sus sitios en la catedral
Después,
el grupo de clérigos, sin los canónigos, sin acólitos ni cruz procesional, se
encaminará hacia el presbiterio de la catedral.
Al
llegar al presbiterio
El
obispo, al llegar a las gradas del presbiterio, sin subir, hará en silencio una
inclinación de cabeza y recibirá ese mismo saludo del arzobispo y sus
sufragáneos. El pueblo y los obispos se han puesto en pie para recibirle en
cuanto él ha entrado en la via sacra de la nave central. El obispo-electo no
hará inclinación profunda al altar, porque delante estarán los obispos. El
presbítero que entregó la bula al deán, ahora subirá las gradas y la llevará la
bula al arzobispo. Este la mirará, después la mostrará extendida a derecha e
izquierda. Entonces estos obispos bajarán del presbiterio y darán un abrazo al
obispo-electo. El resto de obispos seguirá en sus lugares.
Durante
los siguientes pasos de la ceremonia, la bula será pasada, de mano en mano, a
todos ellos para que la miren. Una vez que la vean los obispos, de mano en
mano, pasará al clero de la diócesis. Y después al pueblo fiel. Un acólito la
acompañará para recogerla y devolverla al obispo. No importa que se manche o
rompa, porque es una copia. Pasará de mano en mano hasta el final de la
ceremonia, momento en que la recogerá.
En
cuanto el arzobispo mostró la bula bajó con los sufragáneos a abrazar al
obispo-electo y juntos subieron al presbiterio. El obispo-electo lo primero que
hará al subir al presbiterio será besar el altar. No saludará al resto del
clero en ese momento.
Vestición
El
obispo-electo irá a un flanco del altar. Allí varios acólitos le entregarán los
paramentos sagrados para que se vaya revistiendo. Dos acólitos, a unos tres
metros de distancia, delante de un gran libro sostenido por un tercer acólito,
leerán por turno en voz alta una oración en latín según se le entregue cada
vestidura.
Traslado
a la cátedra
Después,
el arzobispo (sin báculo) con un gesto de la mano le indica que le acompañe a
la cátedra. No hacen inclinación de cabeza al pasar delante del altar. Al
llegar, le hace un nuevo gesto con la mano, invitándole a que se siente en su
sede.
Tras
sentarse, el obispo se saca el anillo que lleva puesto y el arzobispo le coloca
el anillo oficial de la diócesis. Aunque se use ese anillo para la ceremonia,
en adelante no tendrá obligación de llevar ese anillo, podrá llevar el que
quiera. Si lo desea, podrá dejarse puesto el anillo que llevaba y, durante la
ceremonia portar los dos. Incluso, si ha estado como obispo residencial en dos
diócesis antes, podrá llevar los dos anillos y el tercero. Como símbolo de los
tres rebaños que ha apacentado. Pero solo durante esta ceremonia.
Posteriormente solo portará un anillo.
Tras
esto, el acólito llevará el báculo oficial de la diócesis al arzobispo y este
le hará entrega de él.
Antes,
mientras le ponía el anillo el arzobispo, un obispo sufragáneo, situado a su
derecha, ha leído una oración en latín. Ahora, mientras le entrega el báculo,
otro obispo situado a su izquierda, lee otra oración latina. No se le hará
entrega ni de la mitra ni de la cruz pectoral, porque en esta ceremonia esas
insignias serán vistas como símbolos de su carácter episcopal ya presente en él
desde su ordenación. Mientras que el anillo tiene el sentido del carácter
esponsal con esta iglesia, y el báculo es símbolo del pastoreo de esa grey. En
el caso de que existiese una mitra histórica especialmente rica en la catedral,
se la pondrá el mismo al lado del altar; no se le entregará en la sede.
Desde
el momento en que se sienta en la cátedra y recibe el anillo y el báculo se
considera que ya ha tomado posesión de su diócesis. Y, desde ese momento, pasa
él a ser el que preside la ceremonia.
Incensación
y representaciones
Lo
primero que hace el obispo ya enteramente revestido y con todas sus insignias
es incensar el altar. Se dirige allí con el báculo en la mano y lo entrega a un
acólito para poner el incienso. Después vuelve a tomar el báculo y se dirige de
nuevo a la sede para recibir el saludo de una representación de la diócesis.
Puede mantener o no el báculo en la mano, como prefiera. Pero será más cómodo
para él si lo entrega a un acólito antes de sentarse. Desde que se dirige a al
altar hasta que acaba de recibir las representaciones, el coro canta.
Te
Deum,
alocución y oración final
Tras eso, se cantará el Te Deum. Después, desde la cátedra,
dirige unas palabras a los presentes. Acabada su alocución, el obispo se pone
en pie y allí hace la oración final de petición de ayuda a Dios para su
ministerio y de agradecimiento por él.
Hora
sexta
Tras la bendición, acto
seguido se dirigen al coro para el rezo de la hora sexta o la que convenga
según el momento del día que sea. Lo normal será que la ceremonia de toma
posesión comience a las 11:00, para así, a las 12:00 poder empezar el rezo de
la hora sexta. La ceremonia de toma de posesión, en principio, no durará más de
una hora. No hay liturgia de la Palabra en esta ceremonia, porque la hora sexta
hará esa función.
Primero tendrá lugar la ceremonia de toma de posesión, de
forma que la hora sexta la pueda presidir ya el obispo. El clero sentado en el
coro de los canónigos dejará sus lugares a los obispos. Los escaños del coro
quedarán ocupados por los obispos y los canónigos. Si sobran asientos, se
sentarán sacerdotes de la diócesis.
Aunque el obispo de la diócesis y los obispos se trasladen al
coro de la catedral, todos los presentes en el templo participarán de esta
liturgia a través de los altavoces, estén situados donde estén. Para ayudar a
que la catedral pueda desocuparse con mayor facilidad, será mejor que el clero
salga en procesión, tal como entró. Al final de una hora menor, no se da la
bendición.
Los
tres días del inicio del pontificado
La ceremonia de toma de
posesión es una, pero el protocolo para el inicio del pontificado de un obispo
durará tres días:
El primer día
tiene lugar la ceremonia de toma de posesión y el rezo de la hora sexta.
El segundo día
tendrá lugar la primera misa pontifical en la catedral. Mejor por la tarde.
El tercer día,
el obispo rezará solemnemente las completas en el coro de la catedral. Las
completas completan el ciclo ceremonial del inicio del pontificado. Incluso en
latín tienen ese sentido en su nombre: ad
completorium.
Esta
última ceremonia de completas es breve, si lo desea, solo si lo así lo quiere,
podrá ir precedida de la adoración del Santísimo Sacramento o de cualquier otro
acto devocional.
Este
ciclo, como se ve, costa de una ceremonia al mediodía, otra por la tarde y una
última por la noche.
Ceremonia,
misa, liturgia de las horas.
Hay solo una ceremonia de
toma de posesión, pero con dos ecos.