Permítase
escribir hoy un post autoreferencial. Tras una vida dedicada a la escritura, he
escrito algo más de medio centenar de libros. El número no significa mucho. No
pocas de esas obras son breves o muy breves; y otras, aunque más extensas, son
lo que considero “obras menores”. Solo la mitad de mi producción se salva de
ese calificativo.
Ahora bien, me siento orgulloso de mi
trilogía sobre el Misterio de Dios: Historia del mundo angélico, Las
corrientes que riegan los cielos y Las leyes del
infierno. Sin duda esa es la cúspide del trabajo de una vida. Y, sin
haberlo pretendido, la trilogía trata acerca del centro de mi vida: el Ser
Infinito.
Pero hace pocos días me percaté de otro
detalle. El primer libro trata acerca de Dios Uno, el segundo acerca de Dios
Trino, y el tercero profundiza en los aspectos ya presentados en los dos
primeros libros.
El primer libro describe a Dios de un
modo dinámico, a través de la lucha angélica. El segundo libro describe la
Trinidad a través de la felicidad del Cielo. Trata también del infierno y el
purgatorio, pero es una obra centrada más bien en la dicha que hay en el cielo.
La dicha y la felicidad atraviesan el libro explicando a la Santísima Trinidad.
El tercer libro describe a Dios a través de la profundización en lo que es el
infierno. Conocer a Dios a través del averno. Conocer las profundidades del
infierno conociendo las profundidades del infierno. Conocer el núcleo del
infierno conociendo la vida intratrinitaria divina.
No hubo ningún plan, no hubo ningún
esquema preconcebido. Pienso que la trilogía ha salido así gracias a la ayuda
del Señor. Y es que es muy curioso, pero el primer libro nació de una
inspiración. Durante años quise escribir un libro sobre los ángeles. Siempre
pensé lo bueno que sería que mi Summa Daemoniaca tuviese su obra
inversa: una summa acerca de los ángeles. Pero no pude, nada venía a mi mente.
Me esforcé y lo intenté, pero nada durante años. Una vez me puse ante la
pantalla del ordenador y me dije: “Escribe algo, lo que sea”, pensando “después
ya lo corregiré, después ya lo puliré y lo completaré”, pero empieza, por algo,
por lo que sea. Al final, desistí. No se me ocurría nada.
Muchos años después, dando un paseo por
Roma con un franciscano, junto al Panteón, mi amigo me hizo una pregunta acerca
de los ángeles, a la que siguió una amena conversación. Cuando llegué a casa,
me dije: “Voy a escribir algunas ideas que le he dicho en esa conversación. Son
útiles y no quiero que se me olviden”. Comencé a escribir y ya no paré hasta
que salió el libro entero: una idea se sucedía a otra, la obra fluía, las ideas
se agolpaban en mi mente. Cuando la acabé, me di cuenta de que ese libro valía
más que todas mis obras sobre el demonio. Valía más mi misma tesis doctoral a
la que dediqué cuatro años de trabajo.
Años después, di una conferencia en
Brasil. El día de la conferencia estaba leyendo, como lectura personal, el
libro del profeta Ezequiel. Se me ocurrió una cosa de la que prediqué esa
tarde. Al llegar a España, pensé: “Voy a escribir ese pensamiento porque creo
que vale la pena no olvidarlo”. No pensaba escribir más allá de una hoja u hoja
y media. Pero me puse a escribir y ya no paré hasta acabar entero el segundo
libro de la trilogía.
El tercer libro nació de un tiempo en
el que tenía menos trabajo antes de tener que sustituir a los compañeros
sacerdotes en la capellanía del hospital. Decidí escribir una obra breve que
condensara mi pensamiento sobre el demonio y el infierno. Las partes relativas
a la Trinidad nacieron de la inspiración, fueron cosas que se me ocurrieron.
Ahora las releo y me doy cuenta de que nunca hubieran podido ser resultado del
estudio o de mi trabajo.
Curiosamente, considero que cada libro
que sigue en esta trilogía es mejor que el anterior. El segundo volumen es
mejor que el primero, y el tercero que el segundo.
He querido daros estas explicaciones a
todos los que me leéis, porque, cuando uno lee un libro, le gusta que el autor
le añada algunas cosas más acerca de cómo nació un libro.
Una última cosa, el título de Las
corrientes que riegan los cielos está tomado de un verso de un poema de san
Juan de la Cruz. Un poema que era mi favorito en el seminario, un poema
titulado Que bien sé yo la fonte. Me lo sabía de memoria y con música.
De manera que me gustaba mucho tararearlo. El otro poema que me gustaba mucho
cantar era Crux fidelis. Qué buenecico era en esa tierna edad. Hasta yo
me enternezco recordándome.
En fin, el poema es este y el título salió de la
estrofa 6 que marco en rojo:
Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe
Que bien sé yo la fonte que mana y corre,
aunque es
de noche.
1 Aquella
eterna fonte está escondida,
que bien sé yo do tiene su manida,
aunque es
de noche
2 Su
origen no lo sé, pues no le tiene,
mas sé que todo origen de ella viene,
aunque es
de noche,
3 Sé que
no puede ser cosa tan bella,
y que cielos y tierra beben della,
aunque es
de noche.
4 Bien
sé que suelo en ella no se halla,
y que ninguno puede vadealla,
aunque es
de noche.
5 Su
claridad nunca es oscurecida,
y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es
de noche.
6 Sé ser tan caudalosos sus corrientes,
que infiernos, cielos riegan, y las gentes,
aunque es de noche.
7 El
corriente que nace de esta fuente,
bien sé que es tan capaz y omnipotente,
aunque es
de noche.
8 El
corriente que de estas dos procede,
sé que ninguna de ellas le precede,
aunque es
de noche.
9 Aquesta
eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es
de noche.
10 Aquí se
está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,
porque es
de noche.
11 Aquesta
viva fuente que deseo,
en este pan de vida yo la veo,
aunque es
de noche.