Ayer me reencontré con un
antiguo compañero de mi curso. No lo veía desde hacía treinta y siete años. Él
no ha cambiado casi nada de cara, pero yo sí, una barbaridad. Como le dije bromeando:
Menos mal que puedo probar que soy el padre Fortea.
Aunque él sí que ha cambiado
un poco: ahora es obispo.
—¿Y tú por qué no eres
obispo? —No me preguntó eso, pero me invento la pregunta.
—No tengo ninguna
ambición —le hubiera mentido.
♣ ♣ ♣
He releído el artículo de
un profesor universitario, italiano, agnóstico, sobre Summa Daemoniaca.
Me ha hecho verdadera gracia y le he escrito enviándole mi libro sobre los
ángeles. Me ha gustado mucho más el artículo de este agnóstico, que el de una
persona muy creyente que vapuleó mi última novela.
Si yo tuviera plena
libertad para enviar al que yo quisiera al purgatorio, a este le hubiera
enviado a alguna cámara especialmente amarga.
—Pero soy libre para que
me guste un libro o no.
—Por supuesto, por supuesto.
Pero también yo soy libre para enviar al purgatorio.
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