En la capilla del
hospital, hoy solo había dos personas asistiendo a la misa. Uno era un joven,
un universitario de unos veinte o veintidós años. Tenía la bondad de su alma
escrita en su rostro. La concentración con la que oraba, los sentimientos que
afloraban en su mirada… su espíritu irradiaba luz.
La otra persona que
estaba en la misa era un hombre jubilado que sí que conozco bien. Estuvo muchos
años siendo un fervoroso budista, estudió muchísimo, y lo puso en práctica. El
budismo fue un paso en su camino hacia el cristianismo. Ahora es de misa y
rosario diarios.
Después de la misa he ido
al dentista, una emergencia odontológica. He visto como el dentista me ha
atendido con verdadero interés. Además del mucho tiempo que ha tenido que emplear
en su agenda completamente llena. Es algo que le agradezco.
Me ha indicado que no
comiera nada hasta las tres de la tarde. He preferido no correr riesgos y a las
3:30 solo he tomado tres croasanes con leche.
Ojalá que, en cada gran
ciudad, hubiera una misa como esta que pongo en la foto: sin luz eléctrica, con
incienso, en la que el sacerdote celebrara la misa como lo hacía el Padre Pío.
Y me estoy refiriendo a la misa del Vaticano II, no a la tridentina, pero una
celebración que fuera para los asistentes un marco ideal para la oración
mental. No estoy diciendo que todas las misas tengan que ser así, por supuesto
que no. Pero este tipo de liturgia debería ser ofertada en cada gran ciudad,
por lo menos una misa así. Pero si lo repito en este blog es porque algunos leen las cosas aquí y allá, y a veces las cosas se ponen en marcha en algún sitio, quizá lejano.
En una parroquia también sería posible que el sacerdote una vez a la semana celebrara este tipo de misa, este estilo, esta manera, con la actual liturgia del Vaticano II.
He puesto esta foto porque estos confesionarios muestran la noble grandeza del sacramento de la confesión. Son los más bonitos que he visto hasta ahora. Otros confesionarios cuyas fotos os he participado podían ser más artísticos (con estatuas y tal), pero creo que una cierta sencillez le viene bien al confesionario. Yo siempre prefiero confesarme en un confesonario.
Rara vez veréis a un sacerdote confesarse en un confesonario. Normalmente lo hacemos en casa del compañero o en el despacho de su parroquia. Pero para mí el mejor lugar siempre es el confesionario. Pero, por ejemplo, el confesionario de la capilla del hospital jamás lo uso. Es imposible no ser escuchado en la capilla por bajo que uno hable. A todo el que pide el sacramento le ofrezco hacerlo sentado en el despacho o paseando por el pasillo desierto de la planta en la que está la capilla.
Si los consejos para cualquiera que viene al sacramento son consejos meditados y sabios, mucho más cuando es un presbítero el que te pide una palabra. Especialmente en mi diócesis tenemos a grandes confesores. En eso somos una diócesis muy rica.
También el obispo tiene su confesor. Muchos obispos suelen escoger a religiosos ancianos (cargados de años de experiencia) para esta función. Estoy seguro de que todo confesor de un obispo ora con frecuencia pidiendo luces para ejercer bien esa labor. Estoy seguro de que los obispos se toman con extrema seriedad este sacramento porque son conscientes de la responsabilidad que conlleva su cargo.