lunes, enero 04, 2016

El altar como fuente de luz


Los que seguís este blog desde hace veinte o treinta años sabéis lo importante que es para mí el altar. En verdad que me siento un servidor del altar. Pues bien, por fin, he puesto en el convento del que soy capellán un crucifijo que llevaba largo tiempo diseñándolo.

Una cruz gótica, repleta de perlas, gemas y oro. Con una impresionante imagen de marfil. Bien es cierto que nada de todo esto es auténtico, con lo cual el precio es económico. 

Si os fijáis en las fotos que pongo más abajo, esta cruz está diseñada para que los fieles también puedan ver al crucificado mientras hacen su oración en la iglesia y durante la misa.

Durante la misa, me gusta levantar la mirada y encontrarme con la figura de Jesucristo a la altura de los ojos. Las velas que veis no están colocadas por razón de ninguna festividad especial. Todos los días celebro con esas velas. Me gusta que desde todos los lugares del templo se vea el altar como una fons lucis, fuente de luz. Ahora que en las iglesias han retirado las velas naturales, compenso esta carencia colocándolas en el lugar de más honor y en abundancia, pero con armonía; no una mera acumulación. Los cirios sobre candelabros siguen siendo seis como manda el misal. Las otras velas menores están como ornamento, para inundar de luz el ara.

Y digo inundar de luz, porque me gusta que en el presbiterio reine una cierta penumbra para que las velas resalten. Además, desde hace una semana, desde el momento de la epíclesis, una campana resuena desde dentro de la clausura y las luces se apagan, dejando el altar sólo con la luz de las velas para el gran misterio de la consagración.

Las dos fórmulas de la transubstanciación las digo a la luz de las velas. Al alzar la forma consagrada, tres o cuatro monjas tocan a la vez sus campanas. Y desde ese momento en que se alza a Cristo, en que aparece Cristo a los ojos, las luces del presbiterio se van encendiendo de forma gradual, es como un amanecer. Eso se debe al tipo de bombillas que usamos. El efecto es impresionante.


El último cambio que he hecho en este tiempo de Navidad ha sido que en el reclinatorio donde comulgan los fieles, dos señoras se colocan en cada extremo sosteniendo un lienzo blanco por las cuatro puntas. El mensaje es claro: ninguna partícula debe perderse. Mientras tanto, dos hombres sosteniendo cirios plateados me flanquean. 

Jesús se merece todo esto y mucho más. Nada de insulsas sencilleces que sólo demuestran falta de amor. Todo altar debería ser precioso. En todos los estilos y en todas las estéticas, pero deberían ser verdaderamente hermosos.