En mi opinión, la autoridad
papal no conoce límites formales expresados en forma canónica. Tras veinte
siglos esto es un hecho. ¿Por qué? Porque cualquier supuesto contemplado en la
ley eclesiástica serviría de asidero para cualquiera que quisiera desobedecer. Por
eso las Escrituras no nos indican de forma directa esos límites, y el Derecho
Canónico ha seguido ese mismo criterio del silencio. Para encontrar límites
evidentes tendríamos que poner ejemplos hipotéticos verdaderamente propios de
un descerebrado. E incluso esos límites evidentes nunca se han puesto negro
sobre blanco en un texto canónico.
Considero que esto no ha
sido casual, esto no ha sido un descuido. Es mejor que sea así. De lo
contrario, estaríamos echando paja al fuego de las futuras desobediencias. Las cuales,
incluso sin esa paja, ya encuentran material en cualquier lado para encender
una hoguera.
Otra cosa distinta al
silencio canónico es que cualquier teólogo sensato puede vislumbrar las
regiones en las que la autoridad papal carecería de capacidad autoritativa. Con
eso basta, no es necesario más.
Pero no es fácil delimitar
con una formulación jurídica esos límites, porque hay que darse cuenta de que
el vicario de Cristo es el último recurso ante una situación de emergencia. Si
todas las instancias previas fallan, él es el último muro que puede contener un
desastre. De ahí que el último recurso tenga que poseer una gran libertad; o,
mejor dicho, una gran capacidad autoritativa para actuar en cualquier campo y
por encima de cualquier norma humana.
Y así hemos tenido un
papa que removió de sus sedes a todos los obispos de un reino, tras la Revolución
Francesa. O la norma por la que un buen día todo obispo del Orbe tuvo que
presentar la renuncia al papa al cumplir los 75 años de edad.
Si un papa ordena o determina algo de forma autoritativa, es que puede
hacerlo. Se ordena algo en el campo del gobierno. Se determina algo en el campo de la verdad. Esa es la norma que todos debemos tener en cuenta al deliberar sobre el tema. Hay
que tenerlo muy claro cuando uno está en paz, porque en mitad de la tormenta la
tentación será clamar: Non potest!