viernes, septiembre 08, 2017

Ante la proyectada secesión de Cataluña: un análisis personal















Acabo de venir de Estados Unidos, de dar unas conferencias en Los Ángeles. Pero hoy pienso que resulta más interesante decir algo sobre la ley de secesión aprobada por el parlamento de Cataluña. La foto es del frontón del Congreso de los Diputados de España. En el centro, España (con un cetro y una corona) abraza a la Constitución.

En todo este asunto hay una cierta postura teatral por ambas partes. Por parte del poder central que se echa las manos a la cabeza por el hecho de que los separatistas hagan las cosas fuera de la ley. Si la ley no permite la secesión, ¿hay otra forma de hacer las cosas más que fuera de la ley?

La postura teatral del poder autonómico consiste en echarse las manos a la cabeza por la testadurez del poder central. Teatro puro y duro. Vamos a ver, si los nacionalistas quieren a toda costa ser independientes, deberían entender la postura de los de enfrente: la postura de los que defienden que España debe mantener su soberanía a toda costa.

En el fondo, los nacionalistas deberían ser comprensivos con el hecho de que los patriotas españoles estén tan motivados en su postura por patriotismo como los nacionalistas catalanes en su propósito. Reconozcámoslo, cada poder (autonómico y central) mantiene su posición bajo su propia lógica.

Esta obra de teatro ha sido puesta en cartel varias veces en algunas democracias del siglo XX. ¿El resultado? Si una amplia mayoría de la población quiere la separación, ninguna ley logrará evitarlo. Se alargarán más o menos los actos de la obra de teatro, pero al final lo lograrán. 

Pero si no hay una mayoría holgada, la independencia no se logrará. ¿Por qué? Pues porque un proceso sececionista siempre es muy traumático. Todos los temores se lanzan sobre la cabeza de los votantes. La mayoría de los que no lo tienen muy claro siempre da un paso atrás. Siempre atrás, no adelante.

Por supuesto que los nacionalistas de todas las naciones tratan de entusiasmar a los votantes. Pero los defensores de lo contrario arrojan los temores más extremos en sus discursos. En esta lucha entre ilusión y temor, siempre gana el temor. Si no hay una mayoría holgada antes del empezar el proceso traumático, las masas dan un paso atrás.

Yo hubiera aconsejado al poder central que esta cuestión (que no es legal, sino política) se resolviera del modo más civilizado posible: un referendum; como en Canadá, como en el Reino Unido. Ahora bien, dado que esa opción ha sido rotundamente descartada por el poder central, lo mejor sería que los nacionalistas analicen fríamente la situación: cuanto más traumáticos sean los hechos que sigan de ahora en adelante, más se espantará el electorado catalán. En medio de las convulsiones, los radicales se radicalizarán más. Pero el votante indeciso se arrojará en manos de la seguridad.

Yo respeto las ideas de los que no piensan como yo: yo ya sólo creo en la Humanidad como familia. Incluso en el conflicto con Corea del Norte, me interesa salvaguardar tanto las vidas de los norcoreanos como las del resto de naciones.

No creo en patriotismos nacionales: ni españoles ni catalanes. Me interesa tanto el derecho a la felicidad del inmigrante de Nigeria como la felicidad del ciudadano de Berlín, lo digo totalmente en serio. Creo en la total igualdad de un uruguayo que vive en su país y en la de un español que vive aquí. Las fronteras son meras líneas en un mapa. Sólo me interesan la felicidad, libertad y derechos de los seres humanos concretos.

Habiendo dejado clara mi postura, una vez más, considero que los conductores del soberanismo catalán deberían analizar tan fríamente como yo la situación y entender que en un choque frontal de locomotoras se va a producir un radicalismo de la parte más de izquierdas de la población catalana. Los jóvenes de las barricadas van llevar a Cataluña a sufrir un enquistamiento de este conflicto durante toda una generación.

Cuando Arafat buscó el choque de locomotoras con los israelíes para conseguir un estado sin más demoras, eso condujo a que su partido perdiera el poder y Hamás se hiciera con el poder para siempre. Éste es mi análisis, opinable, por supuesto.

El resultado en Cataluña (dado que no cuentan con una mayoría holgada) va a ser un enquistamiento del problema a causa de una clara basculación hacia la izquierda radical.

Si alguien del parlamento catalán me lee, yo abogaría por buscar una solución honrosa dialogada. (Aunque sé que es tarde, el Rubicón ha sido atravesado.) Seguir adelante va a significar desatar fuerzas pasionales que después va a ser muy difícil reconducirlas. Y el precio, como siempre, lo pagará la población.

¡Todo se puede ganar con un acuerdo honroso! Pero si el gobierno catalán es encarcelado, habrá barricadas. Y, al final, tras un año o dos, volveremos a la casilla inicial del tablero, sólo que las barricadas no se disuelven con bolas de nieve y serpentinas. Volveremos a la casilla inicial con mucho sufrimiento a cuestas.