Después de cenar
escribiré unas líneas sobre asuntos personales, para que no hable yo siempre de
este asunto de Cataluña. Pero esto se ha convertido en una conversación que me
parece muy interesante, una civilizada conversación. Lucía escribía:
La legalidad de hoy puede
ser muy diferente a la de mañana. Las leyes cambian como cambia la sociedad.
No, Lucía, la soberanía
siempre ha sido lo mismo. Tanto en la época de los estados-clientes del Imperio
Romano, como en la época de Carlomagno. La soberanía es una realidad jurídica
que será igual ahora que en el siglo XXIII.
¿Por qué? Porque si esto
fuera el poblado Pitufo, nos reunimos en la plaza y nos ponemos de acuerdo,
pero en cualquier grupo de millones de habitantes siempre, absolutamente
siempre, tiene que quedar claro quién es el que tiene el Poder en último
término. Hay cosas en una nación más indefinidas, pero esa NUNCA puede quedar
indefinida. Cuando ha sido así, el resultado siempre ha sido muy malo.
Una cosa es que el Poder
organice una consulta como en Canadá o en el Reino Unido, y organizara la división
de una parte de la soberanía. Y otra muy distinta es el desconocimiento de la Ley
por parte de las instancias de Poder inferiores: el resultado, en estos casos,
siempre ha sido el mismo y muy malo.
La división desde el Poder,
aunque sea un mal, se realiza de forma organizada. La división a la fuerza
acaba provocando guerra callejera o terrorismo.
Lucía decías que mala es
la situación para el 50% de catalanes que sienten españoles y mala la situación
para el 50% que no se sienten españoles. El problema es que no hay término
medio. Es el típico caso en que, una vez dada toda la autonomía posible, solo
queda la ruptura o la unión. Y dado que no hay una tierra de en medio, dado que
hay que dejar claro qué norma jurídica es la que rige mientras se produce el
debate, la única posición de la Razón es la legalidad del Estado de Derecho.
Yo no me meto en
banderías humanas, no me meto en cuestiones opinables que corresponden a la
política. Yo intervengo en la cuestión moral y la solución es la misma aquí, en
Estados Unidos, en Italia y en Alemania, ahora y dentro de cien años. Las pautas
morales que he ofrecido intentan ser objetivas. La moral obliga, sea uno del
partido que sea.
Podemos discutir si
queremos que haya o no monarquía, podemos discutir si dividimos en otras dos
cámaras el senado, podemos discutir muchas cosas, pero si, por ejemplo, la Ley apenas
castigara el hecho de que un extraño pudiese entrar en nuestra casa, eso trae
gravísimas consecuencias. No se puede mitigar el concepto de allanamiento de
morada sin que eso no acabe muy mal.
Si alguien quiere entrar en mi casa, yo puedo repelerlo con la fuerza. Y eso no es un delito. Nadie puede apelar a términos medios: es mi casa o no lo es.