Un alma caritativa se ha apiadado de mí y me ha pasado
la clave de Netflix para ver Los dos papas. Llevo vista media hora.
Fotografía clara, buena interpretación, la historia discurre con agilidad, se
nota que se ha puesto dinero en la ambientación. Pero los diálogos son falsos
diálogos de cardenales. Esto es tan poco verdadero como aquel Diario de un
cura rural de Bernanós. Dicho de otro modo, se tiene ya el discurso de lo
que se quiere decir (Iglesia moderna, Iglesia inmovilista) y los personajes son
meros vehículos de esos discursos. Esa receta nunca es buena para una gran
novela.
El camino para una buena novela es justo el contrario:
partir de una persona real, tangible, concreta. Aunque sea una obra de ficción.
La buena novela se adentra en una historia concreta, con todos sus matices, con
su psicología.
Alguien me dirá que se reflejan bien las psicologías
de Benedicto y de Francisco. Bueno, compárese el resultado con personajes como Pulp
Fiction o Jackie Brown, por no poner ejemplos eclesiásticos como La
misión o Becket. En Los dos papas todo el armazón de los
personajes no deja de tener algo de decorado. El olor a pintura nueva resulta
imposible de sentirlo. El Julio II de El tormento y el éxtasis es
auténtico, veraz. El guion de esa película de 1965 es una patata frita, una
total pérdida de tiempo, pero el personaje de Julio II es formidable. El personaje
de Miguel Ángel, a su lado, otro desastre.