viernes, enero 10, 2020

Veneno de Satanás: atacar a los obispos para construir a la Iglesia, derribar para construir, ensuciar para limpiar



Hoy he acabado de leer el excelente libro Las esposas de Cristo de la profesora Asunción Lavrín. En sus páginas aparece el horario de otro convento mexicano del siglo XVII, el de un monasterio concepcionista. Resulta fascinante imaginar a las monjas dirigiéndose al coro, entrando en sus talleres a trabajar, retirándose a sus celdas. Un verdadero micromundo. Una burbuja fascinante. Este era el curso diario de sus vidas:

5:00 a.m. Levantarse

5:30 Rezos de prima, tercia, sexta y nona. Lecciones espirituales; media hora de oración mental. Misa conventual

10:00 a.m. Rezo de Laudes. Lecciones espirituales

12:00 a.m. 1:00 p.m. Comida. Cierre del convento a todo contacto con el mundo exterior

2:30-3:00 Rezos de vísperas y completas

6:00 Rezos de maitines

8:00 Cena. Rezo de responsorio de difuntos. Oraciones por las almas del Purgatorio

Este convento resulta mucho más adecuado para Anxelina, hubiera podido dormir una hora más cada día. Las dominicas del otro convento dormían seis horas antes de que sonase la campana. Estas dormían siete horas. Llama la atención la mala costumbre de cenar con tan poco tiempo de distancia respecto a la hora de acostarse. El reflujo estomacal es una patología muy frecuente. Del 10% al 20% en Occidente.

Tras la comida había un tiempo de silencio, aunque no se mencione en el horario. Eso también lo teníamos en el seminario tras las completas hasta el desayuno. El silencio era respetado. Nadie decía una palabra ni siquiera para despedirse. Todo el mundo se iba a las literas en silencio. Dormíamos en literas.

De nuevo, se dedica solo media hora a la oración mental. Es curioso que las laudes se recen después de nona, curiosísimo. Ya se ve que, en todas las épocas, desde el siglo XVII hasta mi seminario en el siglo XX, siempre se ha otorgado un espacio de media hora desde que suena la campana hasta que comienzan las oraciones en la capilla.

Sin embargo, nuestro seminario o la mayoría de los conventos actuales son modelos de nitidez evangélica si los comparamos con las desviaciones mundanas que se dieron en la etapa barroca. Mañana hablaré de ello. Siempre ha habido problemas, faltas y personas mediocres. Pero la época barroca muestra una llamativa acumulación de desviaciones respecto a la vida recta monacal en ese México virreinal. Desviaciones que se convirtieron en costumbre. No, no todo tiempo pasado fue mejor.

Algunos católicos viven nuestra época como si el episcopado fuera traidor a una época aurea pretérita que habría llegado hasta los tiempos de Pío XII. Viven en continua disconformidad, siempre incómodos. El conocimiento no de los problemas puntuales, sino de los problemas generalizados son una enseñanza para amar lo que tenemos. 

Hay que amar a la Iglesia, que es la misma ahora, en el siglo XVII y la época de los mártires romanos. Que se dejen de fantasías de infiltraciones masónicas, de conspiraciones reptilianas y de teorías acerca de canónigos desaparecidos en el Triángulo de las Bermudas.