Hoy he podido dedicar la
mañana a la lectura. Jalonada por mis momentos de oración: al comienzo del día,
al mediodía y al final de la mañana. Pero me he podido dedicar a sacar adelante
muchos artículos seleccionados que se me habían ido acumulando.
De mis lecturas de hoy,
quiero extraer el siguiente pasaje delicioso. Cuando el papa Juan XXII elogió
la figura del obispo de Hereford, Thomas Cantilupe, dijo de él que era: Pobre
en espíritu, rico en bienes. Ya, en aquel entonces, todo el mundo notó el
doble sentido de la alabanza que le dedicó.
Otro pasaje que me ha
hecho mucha gracia es uno de esa obra de ciencia ficción e insensatez titulada El
martillo de herejes, cuando dice (dedico este pasaje a mi amigo de Washington
que se casó hace un año):
Qué otra cosa es una
mujer, sino un enemigo de la amistad, un castigo inevitable, un mal necesario,
una tentación natural, una calamidad deseable, un peligro doméstico, un deleitable
detrimento, un mal de la naturaleza pintado con alegres colores.
Heinrich Kramer, el
autor, atribuye ese texto a un santo padre, pero lo he buscado y no lo he
encontrado en san Juan Crisóstomo. Probablemente Kramer lo sacó de quién sabe
dónde.
Pero también es cierto que el bueno de Crisóstomo no es de mis santos favoritos.
En el comienzo de su libro sobre el sacerdocio ajusta cuentas con un antiguo
amigo suyo, y lo hace en el peor estilo forteniano. Ya es raro que yo me
escandalice, pero el buen obispo de Constantinopla vaya que si lo logra.
En fin, volviendo al
autor del siglo XV, Kramer, también escribe con su habitual falta de sutileza:
Otros han propuesto otras
razones de que existan más mujeres supersticiosas que hombres. Y la primera es
que son más crédulas; y como el principal objetivo del demonio es corromper la
fe, prefiere atacarlas a ellas.
Pero Kramer tiene
momentos de gran teología. Por ejemplo, cuando enseña:
Pero la razón natural es
que [la mujer]es más carnal que el hombre, como resulta claro de sus muchas
abominaciones carnales. Y debe señalarse que hubo un defecto en la formación de
la primera mujer, ya que fue formada de una costilla curva, es decir, la
costilla del pecho, que se encuentra encorvada, por decirlo así, en dirección contraria
a la de un hombre.
Por supuesto que estas
citas no expresan mi modo de pensar, o no lo expresan del todo, o no de manera
clara.