Tres almas rebeldes
vagaban en un desierto: Lefevbre, Viganó y Hans Küng. Son pobres desterrados
cuyas ideas no encontraban alojamiento en ningún corazón caritativo.
De pronto, Viganò divisa
con sus potentes gafas católicas una lampara sacada de las mil y una noches.
A punto esta de frotarla
consciente de sus propiedades mágicas, cuando es reprendido por Hans Küng:
¡Querías pedir el deseo sin decirnos nada!
Viganó
pensó, aunque no dijo nada: Sí, claro, voy a dejar que seas tú, un hereje, el
que pida el deseo.
Lefevbre:
Mucha tradición, Viganó, pero ¿será necesario llamar la atención acerca del pequeño
detalle de que se trata una lámpara mágica?
Hans Küng: ¿Podemos
estar seguro de que lo que salga de la lámpara no sea un hada madrina?
Lefevbre:
Bueno, contra las hadas madrinas no tengo nada, porque no existen. Se trata de
un elemento folclórico, infantil, inofensivo. Ninguno de mis sacerdotes ha
predicado nunca contra las hadas madrinas. Aunque no estuvo seguro del todo de
que alguno de sus presbíteros hubiera predicado contra las hadas madrinas o los
Siete Enanitos.
Los tres hombres no
sabían qué hacer. Frotar la lámpara y hablar al genio/hada-madrina era
algo que había que hacer con tranquilidad, no se podía hacer entre gritos y
empellones. Ninguno de los tres se vio con fuerzas para escapar corriendo de
los otros dos. El consenso era necesario.
Ya sé lo que haremos,
dijo Viganó...
Entonces Lefevbre advirtió
con toda tranquilidad, sin abandonar su tono flemático: No quiero meter más
presión a vuestras decisiones acerca del tema que nos ocupa, pero ¿eso que se
acerca hacia nosotros no es un león?
To be continued.
(Ja, ja,
ja)