Me preguntaba
por qué hay países que, prácticamente, no han hecho nada para contener la COVID
y no parecía que la situación en esos países fuera apocalíptica. Pues bien, me parece
que ya tengo la respuesta. (Lo de me parece lo digo con sincera humildad
porque son temas serios en los que no se puede hablar con frivolidad.)
El virus es
contagiosísimo y salvo que haya un total confinamiento, el contagio solo se
puede ralentizar, pero la cadena de transmisiones sigue su curso. Tantas veces
se ha hablado de vencer esta batalla al presentas nuevas estrictas
medidas. Pero, más allá de los discursos, mientras haya gente sin inmunidad y
un cierto número de infectados, la infección seguirá pasando de unos a otros.
¿Qué quiero
decir con esto? Pues quiero decir que la baja incidencia del virus en ciertos lugares
más tiene que ver más con la tasa de inmunidad poblacional que con las medidas.
Solo el confinamiento total puede detener la transmisión.
En países de
Latinoamérica donde poco se ha hecho, la situación no ha sido catastrófica. En
Estados Unidos, hay Estados en que no se ha hecho mucho y tampoco hemos visto una
catástrofe hospitalaria. Recordemos que la letalidad es del 1,5%. No quiero
parecer insensible si digo que la mortalidad se concentra en una determinada
franja de edad.
El caso de
Suecia es, a estas alturas, la prueba de lo que estoy diciendo. Las medidas son
mínimas. Perfecta movilidad, no hay casi obligación de llevar mascarilla, no se
cierran los restaurantes. Y las olas de contagios se han controlado por sí
mismas.
Para nada soy
un negacionista. Pero sí que hemos llegado a ese punto en que hay que preguntarse
los pros y los contras de seguir el camino que hemos emprendido.
He estado
mirando con detenimiento el caso sueco y su llamativa falta de medidas. Los contagios,
las muertes, no siguen un patrón estadístico muy distinto de España que ha
llevado a cabo las medidas más draconianas.
No, no ha
habido mala fe en nuestros gobernantes. Pero ha llegado la hora de aceptar que
se puede discutir un cambio radical de estrategia.
No digo yo
que el Gran Confinamiento no tuviera sentido cuando no sabíamos casi nada del
virus ni se contaba con los tratamientos de ahora. Pero, un año después, la
situación realmente es diferente.